22 años han pasado desde aquella concentración silenciosa, aquél parón de 5 minutos en el que según algunas fuentes participaron entre 15.000 y 20.000 turolenses. Muchas cosas han cambiado desde entonces, y otras en cambio siguen prácticamente igual. Y es que más de dos décadas después, esa coordinadora ciudadana nacida de la unión de diversas plataformas que reclamaban mejores comunicaciones por autovía y ferrocarril además de una mejor asistencia médica en la provincia, ahora se ha convertido en una agrupación electoral representada con un diputado en el Congreso y otros dos representantes en el Senado.

Tal ha sido la movilización ciudadana en los últimos años con el salto a la primera línea de la actualidad social y política nacional de la España vaciada, que parece que para las próximas elecciones habrá nuevas réplicas en otras provincias que también se sienten abandonadas e injustamente tratadas por las diferentes administraciones.

Y eran y siguen siendo lógicas esas reclamaciones ante un sistema que dice que todos los ciudadanos somos iguales y que tenemos los mismos derechos. Pero lo cierto es que en aquellos días de diciembre del año 99 cuando comenzaron las movilizaciones, la provincia de Teruel no contaba con un solo kilómetro de autovías en todo su territorio, por no hablar de unas más que deficientes conexiones ferroviarias que aquél año llegaron a provocar varios descarrilamientos.

Tras todo este tiempo Teruel ya tiene conexión por autovía con Zaragoza y Valencia, pero sigue sin tener conexión directa con Madrid, y ya no hablemos del tema del tren y los supersónicos tractores turolenses. ¿Pero cómo se llegó a esa situación?

Yendo al plano histórico, el territorio que comprende la actual provincia de Teruel fue conquistado en buena medida por Alfonso I el Batallador en el primer tercio del siglo XII, cayendo fácilmente la zona en manos cristianas por su escasa población y su difícil orografía en algunas regiones, especialmente en la zona del Maestrazgo.

Era la llamada «Extremadura aragonesa», que ya durante el gobierno de Ramón Berenguer como príncipe de Aragón tras casarse con Petronila, y sobre todo durante el reinado de su hijo Alfonso II el Casto, se produjo la conquista y dominio aragonés sobre el resto del territorio turolense, siendo clave la conquista y fundación de Teruel capital hacia el año 1171. De hecho, cuando las tropas aragonesas llegan a la zona no existía Teruel como tal, sino que apenas había un pequeño enclave fortificado. No existían núcleos de población de importancia que dinamizaran la zona.

De ahí que la monarquía aragonesa tratara de impulsar programas de repoblación, tanto otorgando fueros que dieran privilegios a los nuevos habitantes que llegaran a la zona como favoreciendo el desarrollo y asentamiento de diferentes órdenes militares como los templarios. Sin embargo, el Reino de Aragón nunca se caracterizó por tener una importante población que pudiera generar un excedente dedicado a poblar las nuevas conquistas, algo que siempre la lastró y que más tarde le hizo perder peso dentro de la Corona de Aragón.

Avanzando ya en el tiempo hasta mediados del siglo XIX y dentro de su crónica despoblación debido sobre todo a la orografía y al duro clima para un mundo que hasta entonces se había basado en la agricultura y la ganadería, Teruel tampoco difería demasiado de otros territorios e iba creciendo poco a poco. Según el censo de 1857 la provincia contaba con algo más de 232.000 habitantes, mientras que en 1910 casi llegó a los 266.000. Fue el último momento en el que la provincia logró crecer de forma natural, pues es entonces cuando se empieza a notar el comienzo del éxodo rural.

La industrialización de las grandes ciudades hizo que poco a poco los habitantes del medio rural comenzaran su marcha hacia ellas en busca de mayores oportunidades, iniciándose esa sangría poblacional que, en la primera mitad del siglo XX fue todavía progresiva. Pero el momento clave lo tenemos entre 1960 y 1980.

Durante los años sesenta, aquellos del gran desarrollismo en España, el fenómeno del éxodo rural se magnificó con la mecanización del campo. Mucha gente se marchó en masa a unas ciudades que comenzaban a acaparar las ofertas de empleo y las infraestructuras amparadas en el Plan de Estabilización de 1959 del gobierno franquista. Un plan que reformó el sistema económico del país y fomentó una industrialización muy acelerada a la que se llamó «el milagro español». Pero ese desarrollo fue focalizado en determinadas zonas del país, abandonando a otras muchas como Teruel a su suerte y creando ese círculo vicioso en el que sin infraestructuras y sin trabajo, la población se ve abocada a emigrar.

Aquél crecimiento milagroso y rapidísimo estuvo amparado en la desigualdad auspiciada por la dictadura franquista y que hizo que Teruel perdiera 50.000 habitantes en la década de los sesenta y a los que se sumaron otros 20.000 en los setenta. Una sangría y un desequilibrio que la España democrática tampoco ha sabido o querido arreglar hasta ahora.