La primera final argentina en Roland Garros será dificil de olvidar, tanto para los espectadores que la presenciaron como para los protagonistas del partido. Gastón Gaudio, el inesperado campeón, y Guillermo Coria, el finalista, seguro que la revivirán una y mil veces en su cabeza en los próximos años. Uno para recordar un éxito que no podía ni soñar cuando una hora después de empezar a jugar había cedido los dos primeros sets por 6-0 y 6-3. Y otro para maldecir esos calambre que bloquearon sus piernas y le llevaron a perder las tres mangas siguientes por 6-4, 6-1 y 8-6, cediendo dos match balls con 6-5 y servicio en su poder. Una final de infarto.

Ni la mente más perversa habría imaginado un final más ingrato que el que ayer le tocó vivir a Coria en la central de Roland Garros, hundido en su silla, mientras Gaudio daba la vuelta a la pista chocando las manos de los espectadores y celebrando el éxito más increible de su vida. Era el éxtasis tras una batalla dura, que tenía perdida, pero que ganó con sufrimiento, a lo grande. El mejor modo de vencer el primer Grand Slam de su carrera.

LAS PIERNAS A Coria se le pararon las piernas el peor día. El argentino que había llegado a la final lanzado como un cohete nunca pensó que su motor le fallaría cuando más lo necesitaba. Coria entró en la pista convencido de la victoria y dispuesto a certificar el dominio que había ejercido sobre tierra desde que el año pasado fue eliminado en las semifinales de Roland Garros. Desde entonces sólo había perdido un partido (la final de Hamburgo ante Federer) y se sentía fuerte para conquistar ese título que no ganaba un argentino desde Guillermo Vilas (1977), el ídolo de toda la camada argentina y por quién sus padres le bautizaron con el nombre de Guillermo hace 22 años.

Nada parecía que podría impedir su triunfo. Su hermano pequeño estaba en las gradas enfundado con la camiseta galáctica del Real Madrid para celebrarlo, su joven mujer Carla tampoco lo dudaba y su padre, Oscar, estaba tan seguro que, cuando se cruzó en el vestuario con Emilio Sánchez Vicario le dijo orgulloso: "ganamos" y, ante la cara de sorpresa del extenista español, le razonó "las finales se ganan no se juegan".

Pero ayer Coria no pudo ganarla y seguramente habría dado mucho dinero para, al menos, poder jugarla. De nada le sirvió la salida espectacular en la que llegó a ridiculizar a su compatriota al que ganó ocho juegos seguidos en poco más de media hora. En esa fase Coria demostró un dominio aplastante ante un Gaudio que bajaba la cabeza impotente y rompió dos veces su raqueta. Por eso todo parecía listo para la sentencia al final del tercer set cuando Coria dominaba 4-3 y llevaba camino de ganar una de las finales más rápidas de la historia como 27 años atrás había hecho su ídolo Guillermo Vilas ante el estadounidense Brian Gottfried (6-0, 6-3, 6-0).

FINAL AGONICO Pero inexplicablemente el partido dio un vuelco. Gaudio se resistió a perder tan fácilmente y logró ganar el tercer set. Ni él debió pensar en ese instante que podría dar la vuelta al marcador. Pero las piernas de Coria habían perdido la velocidad que durante las dos semanas habían maldecido sus rivales. "Necesitas ganarle cada punto cuatro veces", había dicho Moyá.

Coria empezó a arrastrarse. Sus piernas estaban clavadas y no respondían pese a los masajes que había recibido. Gaudio sólo tuvo que poner la bola dentro de la pista para ganar los puntos y apuntarse la cuarta manga. Pero eso fue lo que más le costó al final. Parecía que no quisiera ganar. Los nervios atenazaron su brazo en un quinto set tan dramático como agónico. Los dos tenistas se hicieron 9 breaks y Coria desperdició dos match balls antes de que Gastón Gaudio pudiera lanzar la raqueta al cielo para celebrar la victoria más sorprendente de la historia del tenis.