El Real Zaragoza se dio un festín al revés, en contra del guión, muy lejos del plan inicial, un rombo sobrecargado de tráfico de talentos individuales en continua colisión contra sí mismos y contra un granítico Espanyol de doble cremallera defensiva. Ganó, ofreció espectáculo, observó la mejor versión de un Cuartero lateral izquierdo que había visitado la clínica dos veces durante la semana por cólicos nefríticos y goleó al contragolpe con un jugador menos por expulsión de Leo Ponzio a la media hora del partido, inferioridad que dejó de serlo cuando Costa vio el mismo camino que el argentino en el minuto 67.

Nada parecía tener sentido, pero lo tuvo en contra de lo previsto, del lío, del caos táctico, de la que armó D´Alessandro por un fuera que señaló el colegiado y no lo era, prólogo de una irracional histeria zaragocista que acabó con Ponzio desatando sus nervios y yéndose a la calle por insultar, según el acta, a la madre de Rubinos Pérez. El fútbol contiene un amplio catálogo de paradojas, y anoche mostró un surtido variado, a gusto del consumidor. El Real Zaragoza parecía condenado, pero recién apaciguado de su paso por el manicomio trenzó una acción de ensueño por la izquierda con D´Alessandro, Cuartero y Aimar, que abrió el marcador después de recibir una perfecta asistencia de la precisa zurda del capitán.

La pizarra saltó por los aires y Víctor Fernández tuvo que reconstruir el equipo sobre la marcha, a una velocidad de vértigo, con La Romareda entusiasmada pero bajo el peligro inminente de que el Espanyol reaccionara. El técnico aragonés tuvo sangre fría con el corazón del partido acelerado. En esa situación límite y sólo con el resultado a favor, que no era poca cosa, relevó a Ewerthon por Movilla, lo que resultó clave.

Sucede en muchas ocasiones que los futbolistas, cuando se ven con diez, se reúnen alrededor de una intangible aquelarre de solidaridad y disciplina. Rebajado en el número, el Real Zaragoza se agrupó como un ejército dispuesto para la resistencia, con los artistas administrando su ingenio y un Espanyol tan hambriento como carente de llegada, también retocado por Valverde en busca del empate con la doble apuesta atacante de Tamudo y Pandiani. Estaba escrito que el triunfo llegaría por la vía astral y se fraguó en aspectos tan terrenales como el orden, el compromiso, la seriedad en la contención y el carácter.

Son las cosas del directo. Se trabaja sobre el papel y la pelota lo revuelve todo, lo dirige hacia la improvisación, hacia lo imprevisto. El conjunto aragonés fue un desastre en igualdad de condiciones y un portento al irse Ponzio, quien, por cierto, de volante derecho está aún más perdido que de lateral. El tanto de Aimar ayudó a tener un motivo sólido por el que luchar, y la muchachada de Víctor cerró filas entorno a ese tesoro. Movilla fue el guardián, y Zapater, un león alado. Ambos cocinaron a su manera el partido, con una considerable dosis de inteligencia y músculo, sin que les temblara el pulso en un solo pase. Tomaron decisiones y todas fueron buenas.

Con la firmeza de ese par de colosos, la zaga se sintió protegida pese a los intentos infructuosos del Espanyol de acercarse a César, a quien protegió con una magnífica actitud. Sergio Fernández hizo valer su altura natural y un elevado oportunismo en la anticipación. A su lado, Gaby Milito se mostró imperturbable, sobrio y efectivo. Diogo necesitó la ayuda de Zapater para corregir algunos defectos de forma en el regreso de sus poco ortodoxas aventuras ofensivas. En este repaso de méritos y algún defecto de fábrica, no hay palabras para la labor de Cuartero. Está dicho que dio el gol de la esperanza a Aimar, pero su aportación fue más allá de ese regalo. De lateral zurdo por las circunstancias y con los riñones sacudidos por dos cólicos, el capitán sobrevoló su carril rejuvenecido, valiente y con el señorío del jugador que elige siempre el destino de la pelota.

DOBLE OCASIÓN En ese escenario hostil pese a todo, D´Alessandro y Diego Milito se quedaron descolgados intencionadamente, como dos espías infiltrados entre las líneas enemigas, a la captura de alguna información valiosa. El mediapunta envió una falta directa al poste derecho de Kameni, quien realizó la parada de la jornada en la siguiente acción, un cabezazo de Diego Milito a centro de, cómo no, Cuartero. A un ritmo frenético, Óscar tomó el testigo de Aimar y Costa recibió la segunda amarilla. El encuentro vivió así el último y estupendo episodio.

D´Alessandro lleva lava en las venas. Le gusta la agitación y disfruta bajo las tormentas aunque amenacen con electrocutarle. Libre y salvaje se entretuvo en el engaño y envió un balón de oro a Diego que éste convirtió en el segundo gol, el de la sentencia. Movilla, poco dado al lanzamiento profundo, probó suerte con Óscar para asfaltarle una autopista hacia el tercero de la noche.

Así ganó el Real Zaragoza. Así dio espectáculo y trituró a su rival. No fue como se esperaba, lo que debe interpretarse desde la reflexión después de la euforia. Fue un equipo homogéneo al verse obligado a alejarse del confuso rombo, al acercarse a un conjunto de carne y hueso que jugó como los ángeles.