La intervención de Eduardo Bandrés protegiendo de las hordas mediáticas a Pedro Herrera junto al panel del organigrama del nuevo pentágono zaragocista (que rima cada vez más con socialista) fue de los más emocionante, de un corporativismo enternecedor. El presidente se detuvo con énfasis simbiótico para elogiar la labor del secretario técnico, y le puso por las nubes. Como si no supiéramos todos quién es Herrera y cuál ha sido el vuelo de su gestión... Sucede a menudo que cuando un administrador mediocre salvo en la nómina sintoniza con otro de su nivel profesional, ambos simpatizan por rústica empatía, y se da una defensa siamesa a la que se rendiría en cinco minutos Bobby Fischer.

Por lo menos Herrera trabaja, mal, pero en un mundo que conoce, y lo suficiente como para ¿justificar? el cobro al cierre del mes. Bandrés también... cobra. El presidente ejecutivo, cargo inexistente en Segunda y por el que apenas se le vio en Primera, lleva el descenso con una pose de campeón del mundo. Cuando habla se diría que el Zaragoza acaba de golear a Brasil, y que él y Manuel de Miguel, su devoto escudero de la incomunicación, han dado tres asistencias. Está bien que inyecte optimismo, pero le supera su imagen poco cultivada de vendedor de las pócimas crecepelo de Agapito, inigualable feriante.

Marcelino (el entrenador) se va a ganar el espectacular sueldo por el que le han contratado. Según pasan los días, más fuerte es la certeza de que, cuente o no con ellos, debe asumir plenos poderes en un club gobernado por la soberbia y la ignorancia, por una forma de entender el fútbol políticamente incorrecta.