Sus razones tendrá Gay para seguir mandando mensajes de optimismo, para asegurar que su equipo no está muerto y creer en que pronto hallará el camino de la victoria. No hay que pensar mucho para suponer las causas que llevan al técnico a activar esos tratamientos de reanimación constantes. Pero se equivoca, sin duda. Este Zaragoza desconocido que ni los que lo viven son capaces de explicar, no es el que sintió él como futbolista, ni siquiera el que resucitó hace unos meses como entrenador. Este equipo está hundido, muerto. Ni puede ni sabe, como ya era conocido. Además, hay que empezar a preguntarse si quiere. Si algunos quieren. No lo parece en más de un caso, desde luego, pese a que el técnico se atreva a encontrarle un supuesto espíritu combativo sobre el que cimenta sus nimias reacciones. La verdad está al otro lado, en los rivales, que lo ven tan fácil, tan sencillo, que solo les falta sacarse unas tumbonas y fumarse un puro.

El gran Dani, ese señor que cuando era jugador del Athletic marcaba los penaltis con paradiña como churros, ese hombre importante en el fútbol y en el Athletic, dijo ayer que no recordaba haber visto en San Mamés a un equipo tan mediocre como el Zaragoza. No es raro, es lo que vienen diciendo por el mundo desde hace días. Aquí lo adornamos y a ratos hasta nos tapamos los ojos para no tener que ver, que contar, la miserable realidad. La verdad, hartos de eufemismos, es solo una: es un equipo muy malo.

Lo demuestra todas las jornadas, sobre todo fuera de casa, donde la imagen que ofrece es verdaderamente lastimosa, desgarradora, por no decir infame, indigna. Se ríen por ahí, en los campos de España, de este triste Zaragoza al que cualquier equipo de medio pelo se ventila en 20 minutos. Se le mofaron en el Calderón, otra vez ayer. Culpable Agapito, culpables los jugadores. Y Gay. Son los números lo que se lo cuentan: siete partidos, ni una victoria, colista. ¿Se puede estar peor? Sí, solo que el siguiente estadio es la muerte certificada.

Al margen de las cifras están las sensaciones, que tantas veces sirven de termómetro. También son las peores. Así que urgen soluciones, que empezarían por un cambio en el banquillo. A ver si así los jugadores, traidores e infieles tantas veces en las malas, reaccionan ante tamaña desvergüenza. Al margen del presidente, que nadie olvida que es el gran causante de este Zaragoza tornado en miserable, la salida del entrenador pondría a los futbolistas en el punto de mira. Algunos ya lo están, otros no saben ni qué decir, ni se les recomienda. Todos sin excepción saben cuál es la realidad y hacia dónde camina el equipo. Igual que lo saben en la calle, donde hay gente sensata que sabe desde hace meses que este Zaragoza está condenado. Por malo. Sí, por malo.

¿Entonces? Entonces algo hay que hacer. Ni los jugadores se creen al entrenador, ni Agapito se cree a los técnicos --ni a los de arriba ni a los de abajo--, ni Gay y Nayim pueden creer más en este equipo tal y como es. No son los principales culpables, pero esta historia ya no se la creen ni ellos. Por eso se ha acabado.