La segunda estrella en el pecho de la selección española de balonmano dejó su estela en Zaragoza. En su idea de vertebrar el Mundial a través del AVE, la organización estableció que el viaje de España empezaría en Madrid, pasaría por la capital aragonesa y acabaría en Barcelona. Después de una primera fase tranquila en la Caja Mágica, con una única derrota ante Croacia poco dolorosa porque allanó el camino hacia la final, la selección llegó a Zaragoza el domingo 20 de enero.

En el Príncipe Felipe empezaba lo serio, lo importante. El momento de la verdad, en el que un fallo suponía el final. No falló España ni tampoco Zaragoza. El colofón a la sede aragonesa fue el cartel de no hay billetes colgado de las taquillas y el consiguiente lleno total en el pabellón para aupar a España en su duelo más comprometido ante Alemania. Ya había estado prácticamente completo el aforo en el cruce de octavos frente a Serbia. Pero fue en cuartos cuando más decisivo resultó el factor cancha. "Agradecemos sinceramente el apoyo del público. Gracias a Madrid y a Zaragoza hemos llegado hasta aquí", repitió una y otra vez Valero Rivera cuando llegó a Barcelona, última etapa del viaje.

Zaragoza forma parte ya de la historia de este Mundial 2013 que ha vuelto a coronar a España. El Príncipe Felipe acogió 21 partidos en 11 días de una gran intensidad, con el pabellón abierto prácticamente 12 horas al día, con catorce selecciones diferentes entrenandose y jugando, más de un centenar de periodistas trabajando, centenares también de seguidores polacos, serbios, bielorrusos, eslovenos, alemanes, daneses, croatas, franceses...

Alrededor de 300 voluntarios hicieron posible que todo estuviera en su sitio y funcionara correctamente. Al margen de algunos problemas con entradas duplicadas el último día y con la apertura de puertas en la jornada de octavos, la organización superó con nota el paso de un evento de primera fila mundial por la capital aragonesa. Un evento por el que la DGA tiene que pagar 365.000 euros.