No está el fútbol en Zaragoza como para imposiciones o apremios. La exigencia, queda claro, son los resultados. Paco Herrera se ha fumado el discurso del buen juego y el espectáculo a las misma velocidad que ha entendido que su equipo, un clase media de toda la vida, le ha mostrado debilidades y complejos. Por el camino hacia Primera se trata de sumar, aunque sea en tardes pobres como la de ayer, en la que, por un momento, se vio otra vez más cerca el triunfo del rival. Hasta que salió Víctor, un flotador en medio de este océano turbio en el que vive el equipo aragonés, para juntar su olfato con una media vuelta y un disparo de zurda que convirtió el canguelo en gol. Eso fue casi al final. Casi al principio, Henríquez había mostrado su esencia en el área pequeña de los lampiños blancos: es el gol.

Pero no, el Zaragoza no fue mejor. Si acaso fue peor. Lo fue desde luego en cuanto a comportamiento con el balón, indecente por momentos, de patapún p'arriba. Es algo que no se atreve a contradecir ahora ni el entrenador, al que en sus sueños de buen fútbol le han crecido pesadillas. Ha redescubierto su ángel, y dos armas definitivas: Henríquez y el referido Víctor, al que, todo sea dicho, Herrera le ha puesto más pegas que nadie alrededor en las primeras semanas de competición. Extraño pero real. "Un jugador de segundas partes", dijo hace poco.

Fiebre Víctor

Pero, bien, el chico le rinde y le hace diferencia. Ganó el partido ante el Tenerife solito, aunque se repartieran méritos circundantes. El chicharro de falta fue suyo, la fantasía subsiguiente también, hasta el gol final. Ayer, unas décimas de fiebre lo dejaron sedente hasta que faltaba solo un cuartito de hora y aquello se iba por el sumidero. Era empate, se figuraba peor. En la redención, complacido, el técnico le dio las gracias a su manera: "Es el que es capaz de hacer algo distinto", dijo exactamente. Por algo se empieza. Si esquiva los virus propios y ajenos, lo que fuese ayer y lo que le rodea todos los días, es imprescindible.

De los que no habló Herrera, obviamente porque no puede ni debe, es de los futbolistas de terceras partes. De los que hacen casi nada, vamos, ni deberían pisar el césped hasta que se molesten en exhibirse en un nivel decente. Léase Barkero, al que ya se puede considerar como la morrocotuda decepción de este principio de temporada. No hay otra cosa, se entiende, y sin su zurda no hay balón ni combinación. Salió ayer Acevedo, que debe de andar aún en plan paracaidista, y pareció un remanso de paz en el bullicio general. En sus pies, el balón no fue un conejo. Y de ahí, de su tranquilidad, nació el gol del triunfo ya contado. También se adivina algo ahí. Lo que pareció una carga puede ser una bendición.

Luego está Henríquez, tan sugestivo en sus movimientos cuando se perfila hacia el gol. Hizo una diana de listo, de buen delantero, en un balón que se le quedaba atrás. Y siempre, siempre, se perfila hacia el lugar correcto para el remate. Ahora solo hace falta que alguien se las ponga. De fútbol, de momento, ni hablamos.