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Mirador

Un técnico y un pacificador

Al final en el fútbol el que paga con todas las culpas siempre es el mismo. El entrenador. En este caso no ha habido excepción que confirme la regla, sino la aplicación de esa norma universal con toda su crudeza. La responsabilidad de un técnico destituido por la mala marcha de un equipo acostumbra a ser bastante relevante. Causa principal con diferente grado de alcance. En el caso que nos ocupa, el pecado de Paco Herrera no ha sido venial, sino trascendente. Bajo su mando, ningún jugador del Real Zaragoza, acaso Leo Franco, ha alcanzado un rendimiento mínimo y prácticamente todos se han quedado lejos de su máximo. Esa falta de productividad individual ha repercutido en el rendimiento colectivo y, por ende, en los resultados, pésimos hasta el punto de que el Real Zaragoza está con solo dos puntos de renta sobre el descenso a mitad de marzo. Así ha sido hasta que la última gota cayó del vaso en Ponferrada, donde el fútbol fue tan pobre como muchas veces, pero la actitud, el compromiso y el esfuerzo del equipo sobre el campo dejaron que desear como nunca.

Con esa alarma roja encendida, la definitiva, Herrera fue destituido ayer y la SAD se puso manos a la obra para acordar su finiquito, conseguir la aquiescencia de la LFP y empezar las negociaciones para contratar a su sustituto. El perfil está definido: siempre que pueda ser, que será difícil que no lo sea aunque hasta hoy la baraja de posibilidades está abierta, el objetivo es que sea aragonés, zaragocista y que conozca en profundidad qué ocurre aquí desde que Agapito Iglesias es el propietario del negocio. Que su incorporación pueda generar el consenso suficiente y la paz social necesaria para que en la recta final de la temporada el clima en torno al equipo, que se juega el futuro económico de la SAD, no sea insosteniblemente bélico, sino pacífico, más sereno y reposado.

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