Tres años después de Olympia, General Motors Europa (GME) ha anunciado un nuevo paquete de medidas para reducir los costes estructurales del grupo automovilístico, abandonar los números rojos y volver a la rentabilidad, por lo que reciben todo el apoyo de las organizaciones empresariales, ya que lo fundamental para la continuidad de una empresa es que sea rentable y tenga beneficios.

El plan se traduce en el recorte de 12.000 empleos en Europa. Previsiblemente, 600 trabajadores en Aragón. La tijera de GM viene también a recortar la sobrecapacidad productiva de la empresa, fabricando casi un 8% menos de lo que hoy se produce en Figueruelas.

La fábrica de Zaragoza, la más grande del grupo en Europa, es la menos afectada por este plan de reestructuración, puesto que es también la más competitiva. Además, el panorama se vuelve un poco más optimista ya que, recientemente, se ha confirmado una nueva inyección de 400 millones de euros que llegarán a Figueruelas para montar la quinta generación del Corsa. Aún más, el presidente de Opel España, ha querido dejar claro que Zaragoza es una planta competitiva y está en condiciones de continuar mejorando para superar esta situación "coyuntural".

Pues bien, aunque ciertamente esperada, esta situación no ha dejado de caer como un jarro de agua fría sobre la economía aragonesa. Y, aunque la dirección de la empresa asegura que se aplicará el plan de la forma menos traumática posible, no deja de ser un duro golpe para los trabajadores y la propia factoría, cuyo moratón se extiende a cientos de empresas auxiliares y a la sociedad aragonesa en general.

Golpe que llega, en este caso, acompañado de cierto miedo al futuro, cuando la propia situación invoca sin remedio al fantasma de la deslocalización. No podemos olvidar que desde hace ya varios años, de forma lenta pero constante, gotean casos de actividades industriales dependientes de grupos multinacionales que hacen las maletas hacia otros países con menores costes y más ventajas empresariales en nombre de la competitividad.

SIN EMBARGO, si echamos mano de la historia, tenemos que reconocer sin aspavientos que este fenómeno es consustancial a una economía globalizada que, por otro lado, tan favorable nos resultó en la década de los 80 cuando acogimos importantes proyectos industriales de origen internacional, que sirvieron de fuerza de arrastre para animar nuestra economía y que, a corto plazo, consiguieron darnos un nuevo aire de modernidad.

Desde entonces hasta ahora, nuestra comunidad autónoma ha experimentado un cambio ejemplar y ha conseguido adaptarse a la nueva economía y a las exigencias cada vez mayores de unos mercados cada día más competitivos. Detenerse en los datos es a veces muy clarificador. Así, en los últimos 20 años del siglo pasado (de 1979 a 1999 aproximadamente) la economía aragonesa perdió el 75% de los puestos de trabajo de la agricultura y al mismo tiempo fue capaz de crear otros 45.000, que fueron absorbidos por la industria y los servicios, mientras conseguían cifras exponenciales de crecimiento.

Es decir, hace no muchos años, nos enfrentamos con éxito a una importante reconversión económica que, pudo ser más o menos traumática en su momento, pero que nos ha permitido ser una de las economías españolas más competitivas.

Quizás ahora, veinte años después, nos encontramos en otro punto de inflexión que, según se mire, nos empuja por los escalones de la diversificación y la modernidad, convirtiéndose en un trampolín que nos puede hacer saltar a los puestos más altos en el ránking de los mejores.

VIRTUDES NO nos faltan. Actualmente, se contabilizan en Aragón casi 24.000 empresas. El sector industria-servicios representa un 85% de la producción y del empleo en Aragón, con un altísimo potencial de crecimiento. Si a ello sumamos la determinante visión exterior de las empresas, con un grado de apertura del 152%, uno de los más altos de Europa, y el protagonismo que está obteniendo un numeroso grupo de empresas tractoras que empujan al resto hacia la modernidad, podemos afirmar que tenemos inmejorables condiciones para situarnos en uno de los primeros puestos en el ránking de competitividad de Europa.

Así, al calor de la diversificación de la economía, Aragón se está nutriendo de empresas vanguardistas que se arriesgan e invierten en los sectores más punteros. Con Pla-Za, la logística se ha hecho un hueco para albergar más de 350 empresas, algunas de ellas de la talla de Inditex, Imaginarium, Memory Set, Global 3, TDN, DHL o Filtros Mann. Otras empresas como Composite Aeronautic Group apuestan por el sector aeronático y otras se lanzan por nuevos y prometedores caminos como los aerogeneradores o la biomasa, en el caso de TAIM-TFG. El desarrollo sostenible desde el medio ambiente aprovechando la vida útil de los materiales de segunda generación es el objetivo principal de un nuevo proyecto industrial, el Parque Tecnológico de Reciclado (PTR), que va a dar mucho que hablar en la economía del futuro.

Ellas, y algunos cientos más, que no puedo nombrar por la tiranía del espacio, sirven de ejemplo y motor al resto de las empresas que componen el tejido industrial de nuestra región. Y, afortunadamente, mantenemos una saneada red de pymes, muchas de ellas con una base tecnológica propia, y punteras en su sector, que se muestran decididas a seguir este camino. Son ellas las que están apostando por dotar a sus sistemas de producción de un mayor componente tecnológico y por consiguiente de mayor valor añadido, donde la variable calidad es especialmente determinante.

PARA ELLO, el papel de la Administración es muy importante, sobre todo en lo que concierne a la potenciación de los atractivos de nuestra comunidad para las empresas. Tenemos una gran baza con el AVE, el potencial del aeropuerto, Feria de Zaragoza o el excelente capital humano y el buen clima laboral de nuestra región. Después de muchos años y gracias a impulsos privados y públicos (en algunos de los casos señalados ha sido fundamental la buena intervención de la DGA), disponemos de suelo industrial suficiente y con garantías para acometer nuevas iniciativas de implantación, reubicación o ampliación de empresas, tal y como se viene demostrando con buenos ejemplos como el de Aceralia o Schindler.

Por lo tanto, es precisamente ahora cuando la actividad económica de la comunidad autónoma debe convertirse en el centro de atención y actuación de todos los agentes sociales, que deben creer y, por supuesto, invertir en Aragón.

Estamos en el buen camino. Estamos en el tiempo de la investigación y el desarrollo, de la sociedad de la información y el conocimiento, de la innovación en la producción, de la formación continua como valor añadido, de la inversión en infraestructuras, de la potenciación de la creatividad. Y lo que es más importante, tenemos un tejido empresarial fuerte, vanguardista, competitivo y con un enorme potencial futuro.

Pero no echemos las campanas al vuelo. Todos tenemos que hacer sacrificios porque todos tenemos un papel que desempeñar: empresarios, sindicatos, administraciones, sociedad civil. Conservar la competitividad de las empresas es cosa del sacrificio y del esfuerzo de todos. Sólo así, se puede mantener y mejorar un sector productivo sano que promueva el crecimiento económico, el empleo y el bienestar social, para pasar con solvencia la amenaza de la deslocalización.

Por todo ello, estamos en condiciones de afrontar hoy la situación que pueda derivarse del plan anunciado para la factoría de Opel en Zaragoza, y no sólo (aunque también), porque tenemos en cuenta las nuevas inversiones que GM ya ha anunciado para Figueruelas, ni tampoco porque se perciba un ligero repunte de ventas del Opel Corsa y del Opel Meriva , sino, y sobre todo, porque somos una economía competitiva y, por fin, diversificada.