No es habitual que las grandes fortunas sin proyección pública ni filantrópica se ofrezcan a pagar más impuestos. Pero eso es lo que sucedió en junio en EEUU, antes de que la cuenta atrás sobre el techo del endeudamiento pusiera al país y al mundo al borde de un ataque de nervios. Un grupo de 200 millonarios envió una carta al Congreso y lanzó una campaña en internet criticando los masivos recortes fiscales del expresidente George Bush. "No deberíamos estar revolcándonos en nuestra riqueza mientras el resto sufre", decían en un vídeo. "Hagan lo correcto para el país. Suban los impuestos".

El reparto del coste social de los planes de reducción de déficit que se discuten en el Congreso como condición para aumentar el techo de la deuda está en el centro de la discordia entre republicanos y demócratas. Los primeros quieren gastar menos sin recaudar más; los segundos, subir los impuestos de los ricos y las grandes corporaciones para compensar los recortes en las pensiones, la sanidad o agencias federales. Aunque la propuesta defendida por el presidente, Barack Obama, se antoja favorable a los republicanos --los recortes equivalen al 83% del ahorro frente al 17% de los ingresos--, estos la tacharon de "indefendible y puramente política".

Obama contraatacó con un discurso en horario de máxima audiencia. "¿Somos un país que solo pide a las clases medias y a los pobres que carguen con el peso? No, somos mejor que eso, pensamos en el sacrificio compartido", dijo en un penúltimo intento de doblegar el dogmatismo republicano y advertir a los estadounidenses que se enfrentan a una "profunda crisis económica" si el país incurre en suspensión de pagos a partir del 2 de agosto.

Las políticas de Bush

El modelo actual no parece sostenible. Ningún Gobierno federal ha recaudado en los últimos 60 años menos impuestos de los que se recaudan hoy. Hasta Ronald Reagan, el héroe de los conservadores fiscales que dominan las filas republicanas, los aumentó en 11 ocasiones. El desequilibrio actual se debe en buena medida a las políticas del expresidente George Bush, quien abrió su mandato con un holgado superávit y se fue dejando al país con el grueso de la deuda actual.

Bush financió dos guerras (Irak y Afganistán) a crédito, sin subir los impuestos ni reducir los gastos. Pero, sobre todo, impulsó varios recortes de impuestos que Obama ha prolongado hasta el 2013 y que agrandaron el agujero del déficit en 3,2 billones de dólares, según Bruce Barlett, exasesor económico de Bush.

Para los republicanos, las subidas de impuestos son anatema porque "lastrarían" la inversión y el empleo. Pero en la actual coyuntura, y en el caso de las grandes corporaciones, su tesis no se sostiene. "La inversión de las corporaciones y la contratación de trabajadores se mantiene relativamente débil, pese al récord de beneficios registrados y la facilidades para financiarse de las que disfrutan", decía el Fondo Monetario Internacional.

Obama quiere eliminar algunas de las ventajas fiscales de las grandes empresas, los dueños de jets privados o las rentas superiores a 250.000 dólares. Entre otras cosas, porque no parece que las necesiten. Las petroleras han aumentado este año en un 50% sus beneficios, mientras las grandes corporaciones crecían un 17%. Más hirientes son los impuestos de capital. Mientras un tornero de una fábrica paga en función de sus ingresos, los inversores de Wall Street solo tributan el 15% de sus ganancias (antes de Bush era el 28%).

En el agrio debate del Congreso, los estadounidenses no solo se juegan su futuro económico inmediato. También está en liza la futura paz social. Según el premio Nobel de Economía, Paul Krugman, las rebajas de impuestos y el deterioro del Estado de bienestar durante la década de Bush provocaron que las desigualdades de renta entre ricos y pobres sea hoy tan acuciada como en la década de 1930.