Cuando César Alierta (Zaragoza, 1945) lea hoy las portadas de los diarios no podrá evitar dibujar esa sonrisa socarrona que le acompaña allá donde va. Hoy, quizá, con más motivo. Este aragonés global, que ha pregonado las virtudes de la tierra que le vio nacer y que se ha convertido en el mayor embajador del Real Zaragoza, dio ayer carpetazo a una de las trayectorias profesionales más exitosas que se recuerdan en el mundo de los negocios.

Su carrera se cimentó a finales de los años 60. Cuando todavía no se intuía la llegada de la democracia a España, Alierta puso rumbo a Nueva York tras finalizar sus estudios de Derecho en la Universidad de Zaragoza para iniciar un máster en Administración de Empresas en la Columbia Business School.

No estaba en el guión de su vida, pero aquella decisión despejó el camino del Alierta ejecutivo. Su tradición familiar apuntaba con claridad hacia una sola dirección: la política. Su padre, Cesáreo Alierta, fue alcalde de Zaragoza; uno de sus hermanos, Mariano, diputado de UCD, concejal y senador del PP; y su hermana, Juana, contrajo matrimonio con Ramón Sainz de Varanda, que fue primer edil democrático del consistorio de la ciudad.

Pero César Alierta hizo las maletas y abandonó la España de Franco para adentrarse en el futuro, el mismo que ha intentado intuir y construir al frente de Telefónica durante los últimos 16 años, el mismo que quiere que conquiste España, y en particular Aragón, con las nuevas tecnologías como gran activo y con la educación digital como gran antorcha.

Los elegidos

A pesar de estar considerado uno de los mayores ejecutivos de España, apenas ha dejado de visitar su casa, Zaragoza, donde conserva a varios de sus grandes amigos. Junto con Manuel Pizarro y Amado Franco, César Alierta forma parte de uno de los tridentes que más identifica el Aragón de los negocios. Con ellos, entre otros, también ha compartido grandes momentos y episodios muy tristes, como la despedida, hace ahora un año, de su mujer, Ana Cristina Placer, que fue su particular pilar vital. "La energía ni se crea ni se destruye, solo se transforma", dijo Alierta en su emotiva y amarga despedida. Ella, de alguna forma, hizo de Zaragoza el epicentro de César Alierta, a pesar de los millones de kilómetros que ha recorrido por todo el mundo, principalmente como máximo responsable de Telefónica.

Otro de sus anclajes a la tierra es el Real Zaragoza, como lo demuestra el hecho de que encabezó la Fundación 2032 para salvar al club de una más que delicada situación. Y en eso sí que ha seguido la tradición familiar, pues su padre también fue presidente del Real Zaragoza. Hoy, como buen aragonés, sigue más convencido que nunca en ver a su equipo en Primera División.

Porque el hasta ahora máximo directivo de Telefónica es optimista por naturaleza. También en los pronósticos para España y para Aragón, a los que ve como territorios con grandes oportunidades de futuro tras la salida de la crisis.

Como no podía ser de otra forma, los agradecimientos de la comunidad aragonesa hacia Alierta se han sucedido a lo largo de los últimos años. Medalla de Aragón, hijo predilecto de Zaragoza y un sinfín de galardones que llenan buena parte de estas últimas décadas.

La cima de Telefónica

Pero si por algo se reconocerá a Alierta es por su liderazgo en Telefónica, donde llegó en el año 2000 para suceder a Juan Villalonga. Durante su presidencia, la compañía ha vivido su mayor expansión en el mundo, ya que durante su mandato ha extendido su presencia a 20 países y ha multiplicado por cinco los clientes (de 68 a 320 millones). En estos 16 años, la mayor multinacional española ha invertido 100.000 millones de euros. Además, fue director del área de Mercado de Capitales en el Banco Urquijo, presidente de la Asociación del Mercado de Valores y de Tabacalera, ya con el PP en el poder.

A partir de ahora, Alierta centrará su actividad en la educación digital y en cuestiones sociales como presidente ejecutivo de la Fundación Telefónica. Eso sí, siempre con la vista puesta en Zaragoza y Aragón. Si alguna vez se lo encuentran paseando por la calle, que no les extrañe.