No es fácil, en la epidérmica situación política española, ser consistentemente el líder mejor valorado por la opinión pública. Y Albert Rivera lo ha logrado. Su imagen personal, y presidencial, es mejor que su partido, sus propuestas, sus equipos, y sus campañas (aunque estas siempre han innovado). Los electores ven en él una mezcla inusual de capacidades que van desde la preparación, la modernidad y frescura, actual y renovadora, hasta una innegable capacidad de comunicación y representación. Es un capital semilla que cumple con las tres demandas más exigentes de nuestra sociedad: ética, eficacia y autenticidad.

Esta valoración innegable, esta potencialidad, ha creado un efecto de sobrevaloración indeseable. A veces se ha expresado en forma de encuestas sorprendentes, de promesas mediáticas de éxito fulgurante, de cálculos o cenáculos del poder económico: el hombre deseado, el hombre esperado, el hombre predestinado...

Pero la política, en su dimensión electoral, tiene otras variables. Y aquí las expectativas se miden en votos, no en hipótesis.

El líder arrastra una pesada losa que es, paradójicamente, él mismo. El hiperliderazgo, forjado en la resiliencia de la política catalana, es su principal hándicap para proyectar una imagen de equipo no circunstancial, no de groupies o imitadores. No necesita leales acríticos, tampoco administradores de su estela, necesita complementos, equilibrios y nuevas sensibilidades menos masculinas y masculinizantes. Su hiperactividad (presencial, televisiva o digital) muestra una dedicación profesional indiscutible, pero tiene como principal contraindicación un exceso de tacticismo o una preparación insuficiente. Tiene formas, aunque -a veces- parece que escasee el fondo.

La hiperexcitación que le acompaña genera tics y sudoraciones que muestran más bisoñez que esfuerzo, más fragilidad que fortaleza, abriendo espacios para la crítica fácil o la insidia degradante.

El candidato parece perfecto (incluyendo una puesta en escena siempre elegante, de atractiva plasticidad, de estética seductora). Pero hay algo en esta perfección carismática que impide la fusión definitiva con sus electores potenciales. Esta perfección activa tanto la sospecha como la adhesión. Los españoles desconfiamos del talento excelso. Rivera es, además, valiente, listo y rápido de reflejos. El instinto es útil para un cazador, pero no siempre suficiente para un agricultor paciente que siembra, abona, riega y recolecta. Tiene prisa. Él, precisamente, que es quien tiene más tiempo de todos. En esta campaña, el candidato ha roto con Rajoy y el marianismo, pero no con el PP. Su apuesta abre el flanco a la opa hostil de Rajoy con el voto útil sobre los votantes naranjas que antes votaron PP. Tanto C’s como el PSOE han decidido ignorarse en esta campaña. Es decir, no atacarse, tampoco buscarse. ¿Era lo mejor? Abandonada, por incomparecencia, su opción central, reformista y de cambio... han dejado el espacio a la polarización. Perder la investidura fue duro, pero no definitivo. Abandonar la oferta, y la centralidad que suponía, sí que puede serlo.

Las encuestas parece que indican un estancamiento o una debilidad de la fidelidad de su voto. Rivera duda -¿o ya no?- entre ser líder del centro reformista o del centroderecha. La transferencia de votos renovadores de los electores socialistas, por ejemplo, se ha frenado en seco al parecer que le interesa más la nueva derecha que abrir un gran espacio central. Además, la ausencia de gestos y acciones que claramente le conecten con la degradada clase media española, y con los sectores más vulnerables socialmente, crea sobre él una atmósfera pija, tecnócrata e insensible que, creo, le perjudica seriamente.

Ciudadanos parece que está perdiendo la batalla activista. Necesita crecer -hacia abajo- si no quiere ser solo un partido -hacia arriba-de audiencias televisivas y cargos. La coreografía de voces sociales de gran reputación que antes mostraba parece desvanecerse. O no es tan visible. Ciudadanos puede ser un partido con electores sin ciudadanos, sin sociedad civil. La política de fichajes no puede ser, simplemente, el acomodo de rebotados o derrotados de otras formaciones.

Rivera tiene más futuro que pasado, a pesar de que lleva ya más de una década siendo el indiscutible líder emergente. En estas elecciones veremos si, por primera vez, aparece como un líder menguante. ¿Ha llegado al límite de su crecimiento?, ¿se ha estancado? Su buena estrella necesita una constelación para seguir brillando o sucederá lo que les pasa a las estrellas del firmamento: que vemos lo que fueron ayer, no lo que son hoy. Rivera es una gran promesa. Los peldaños para no ser una eterna promesa son los que necesita alcanzar. Hoy, domingo, 26 de junio: ¿próximo escalón? Los electores decidirán.