Amanece en una pequeña aldea del altiplano guatemalteco. Es una mañana brumosa y algo fría, y cuatro hermanos comienzan a desperezarse. Martina, su madre, hace media hora que está haciendo sonar el rítmico palmoteo de sus manos moldeando las tortillas de maíz, recién molido la tarde anterior. Aunque esta vez el ritmo tiene algo de cansino.

No ha sido una buena noche en casa de los Choc. La pequeña de la familia ha estado toda la noche con fiebre y diarrea. Pablo, su padre, tuvo que recorrer más de 50 kilómetros para buscar ayuda en la cabecera departamental, donde se encuentra un centro de salud, atendido cada dos semanas por un médico, en el que a veces te proporcionan algún medicamento con el que tratar de contener la incesante evacuación; nada hay más terrible que ver cómo la vida de un hijo se escapa, como el agua de entre las manos, sin poder evitarlo.

Alizte apenas tiene un año y ya ha pasado por tres episodios como este. Cada uno de ellos deja una huella en la niña cada vez más profunda, lo que la hace más vulnerable ante la próxima infección.

Las condiciones del agua, a la que apenas tienen acceso, es muy insalubre. No es nada nuevo. En la mayor parte de las aldeas guatemaltecas, la diarrea es la principal causa de mortalidad infantil. Y Alitze es uno más de los miles de casos que se dan en Guatemala y en otros países del área centroamericana.

Esta aldea es una de las elegidas para llevar a cabo un proyecto de agua y saneamiento, a través de la cooperación internacional, en el que se lleva mucho tiempo trabajando en su planificación y que ahora está paralizado por la falta de financiación. Se trata de un proyecto cuyo principal objetivo es proporcionar agua de calidad y sistemas de saneamiento, para reducir los altos índices de mortalidad infantil como consecuencia de las patologías asociadas a esta carencia. Además de agua segura, este tipo de proyecto les proporciona herramientas para el mantenimiento de los sistemas, una vez estos están concluidos, y también de organización comunitaria, para buscar formas de presión social y política que equilibren la inequidad existente.

La solidaridad internacional no acabará con todos los problemas de injusticia en Guatemala. Éstos solo podrán resolverse a través de soluciones políticas en las que todos deberíamos estar comprometidos. Pero, mientras tanto, si seguimos creyendo que nuestro trabajo y nuestra solidaridad son útiles y no están al albur de reajustes presupuestarios o de una falta de compromiso político con la cooperación, tal vez sea posible proporcionarle a Alitze agua segura y la oportunidad de seguir creciendo junto a sus hermanos. Tal vez, incluso, pueda llegar a ver una Guatemala más justa y solidaria.

Todo es cuestión de tiempo, un tiempo que no le podemos robar a Alitze, para que siga despertándose cada mañana oyendo el rítmico palmoteo de su madre mientras moldea las tortitas de maíz del desayuno.