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Suspenso en conciliación

N uestra sociedad arrastra un suspenso crónico en conciliación, cuestión invisibilizada que la crisis provocada por el covid-19 ha colocado en primera plana. Para las familias monoparentales, esta situación no es nueva. Con una sola persona adulta a cargo del núcleo familiar, de forma prioritaria o exclusiva, llevan haciendo malabares desde el origen de los tiempos. Representan 1.887.500 hogares en España, según datos del INE, y constituyen un modelo altamente feminizado, encabezado por mujeres en un 81,1% de los casos.

Pese a contar con una serie de rasgos comunes, estas estructuras familiares presentan gran diversidad y, en su mayoría, no han sido fruto de proyectos vitales planificados, sino que han surgido tras procesos de separación, divorcio o abandono, radicando ahí un caldo de cultivo que da como resultado una elevada vulnerabilidad. Mujeres que adolecen la estructura socioeconómica patriarcal, que con frecuencia han estado alejadas del mundo laboral para dedicarse a su rol asignado, bajo la falsa sensación de libertad de elección, se enfrentan a un mercado de trabajo que las expulsa a través de micromachismos y técnicas sutiles (brecha salarial, segregación vertical y horizontal, techos de cristal...).

Se trata de mujeres que partían de una posición de desventaja, cuya realidad se ha vuelto especialmente dramática desde el confinamiento. Trabajando habitualmente en primera línea de fuego, en servicios no prescindibles para la superación de la pandemia (sector sanitario y de cuidados, limpieza, alimentación, etc.), su situación se agrava al añadirse además el temor a enfermar o fallecer por ser las únicas o principales cuidadoras de sus hijos e hijas.

El miedo de tener que ir trabajar dejando a sus pequeños sin amparo, al no disponer de red sociofamiliar o no poder contar con ella, es permanente. Además, no cuentan con la opción de reducir su jornada laboral y, por tanto, el sueldo, en estos hogares donde solo entra un salario y no hay con quien compartir cuidados. Sus ingresos que no les permiten asumir gastos de conciliación, por ocupar en muchas ocasiones puestos de trabajo en sectores altamente feminizados y, por ello, precarizados en lo que respecta a horarios, remuneración y derechos laborales.

Con unas tasas de pobreza que deberían ruborizar al sistema (40,6%), las familias monoparentales han estado últimamente en todos los discursos, pero no se han beneficiado de ninguna medida real. Tan solo un 37% de las comunidades autónomas han tomado alguna medida para favorecer la conciliación. Y la semipresencialidad en las aulas resulta una incongruencia en hogares en los que la brecha digital no permite contar con equipos informáticos ni conexión a internet. Los y las menores que residen en núcleos monoparentales, lamentablemente, han quedado fuera del lema “que nadie se quede atrás”.

Afrontamos este inicio de curso con incertidumbre y agotamiento. Reclamamos medidas, servicios y un pacto de cuidados, porque estos son los que sostienen la vida.

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