Josep Lluís Carod-Rovira tuvo anoche una preciada oportunidad de explicarse ante la opinión pública de toda España. Una valiosa ocasión, sin intemediarios y en primer time televisivo, para triturar la imagen de encarnación del Mal edificada por la derecha española y por sus propios errores. Pero la malbarató.

El líder independentista catalán atendió a las preguntas siempre tenso, a la defensiva, con los brazos cruzados y expresión adusta. No ocultó la irritación que le causaron algunos de sus interlocutores ni se privó de regañarles. Se opuso con gran vehemencia a que un hombre y una mujer de Valladolid le llamaran José Luis. Dando por sentado que sus interlocutores partían de prejuicios combativos contra la lengua catalana (lo que probablemente era cierto, a tenor del desprecio por el catalán que explicitó la mujer), Carod dimitió de la pedagogía y optó por la batalla dialéctica.

IRONÍA Ni siquiera se ahorró una ironía sobre la capacidad intelectual del hombre, que había dicho no conocer otro idioma que el castellano. Carod se rebeló anoche contra "este menosprecio hacia la lengua catalana en una cadena pública de televisión que también pagamos los catalanes". "No les extrañe --agregó-- que en Cataluña crezca la desafección hacia una España que, como proyecto plural ha fracasado".

Minutos antes, en respuesta a una ciudadana balear, había sido menos contundente. Entonces no había hablado de fracaso, sino de la necesidad de que España "tenga la valentía de salir del armario y admitir que es plural, que en ella hay diversos pueblos y lenguas y que ninguno de ellos tiene hegemonía sobre los demás". "Si esto no es posible en el marco de España --agregó--, es normal que nos busquemos la vida en otro, en el europeo". Aprovechó así para preguntar a la audiencia si considera normal que en Alemania se enseñe catalán en 29 universidades, mientras que en España eso solo sucede en cinco fuera de las comunidades de habla catalana.

Insistió en que él no es nacionalista, sino independentista. Y añadió que su independentismo no admite la más mínima expresión de violencia. Fue quizás el único momento en que relajó el tono: "Ninguna idea política vale una sola gota de sangre humana". Y concluyó defendiendo su entrevista con ETA, de la que se congratuló si sirvió para que hubiera menos muertes.