La aparición oficial del grupo Orlegi en el tablero negociador para la compra del Real Zaragoza ha metido el interminable proceso de venta en una nueva dimensión. En la Sociedad Anónima, y por lo tanto en su parte mayoritaria, la propuesta está bien valorada, salvo por un aspecto: el grupo mexicano exige que la permanencia sea un hecho, mientras que al club le apremia encontrar un comprador con mayor rapidez. Existe otra opción sobre la mesa: un fondo americano que no condiciona su desembarco a la salvación. Formalizar una venta como la que nos ocupa conlleva unas dificultades muy serias, en tanto en cuanto la SAD arrastra unas cargas económicas tremendas, con actores principales, secundarios y terciarios implicados, y una deuda global de alrededor de 68 millones de euros, con obligaciones de pago constantes y poco respiro.

No es sencillo dar con un comprador para un club en un estado financiero de tanta complejidad. Sin embargo, tampoco han contribuido a que las negociaciones llegaran a buen puerto en un espacio de tiempo razonable las crecientes discrepancias internas entre las familias del consejo de administración, un enfrentamiento que se ha escenificado públicamente en diversos episodios y en una lucha de intereses que no ha hecho nada bien al proceso, más que nada ralentizarlo y alargarlo.

La situación por la que atraviesa el Real Zaragoza, en este caso el sujeto pasivo al que le llueven los golpes por arriba, por abajo, de un lado y de otro, es ahora mismo crítica, sumergido como está en una crisis absoluta con frentes abiertos por todos los costados: el deportivo, con el equipo abajo; el institucional, con la referida fractura en el consejo; y el social, con la afición exigiendo un cambio drástico con protestas masivas.

La crispación viene subiendo enteros desde hace un tiempo y, una vez más, el gran perjudicado está siendo el Real Zaragoza. Han transcurrido aproximadamente unos 15 meses desde que el proceso de venta se inició y todavía no ha logrado culminarse. El deterioro de la coyuntura ha llegado a un punto de erosión tan grande que reclama celeridad y generosidad a quienes deben entenderse para vender, los propietarios de un bien con inmensas ramificaciones emocionales y colectivas pero, al final y al cabo, privado.

Un pacto de caballeros, de no agresión, sano y adecuado para quienes en su día echaron una mano vital al Real Zaragoza, pero que ahora están obligados moralmente a encontrar soluciones y otros caminos. Estamos ante un nítido final de ciclo, y así aseguran entenderlo todas las partes (o eso dicen si no se desdicen...), que exige grandeza, acuerdos, diálogo y, sobre todas las cosas, una: buscar pronto y de verdad la mejor salida para el Real Zaragoza.