En la conmemoración de la Ashura, el décimo día del mes de Muharram, hay un ritual de sangre. Aún no son las seis de la mañana. Presos de un intenso fervor religioso, miles de hombres, vestidos con delantales blancos, desfilan en grupos blandiendo sus espadas.

Al grito de "¡Haider!" (León), apelativo que se aplicaba a Alí, el primer imán de los shiís y padre del mártir Husein, practican el tatbir : se hacen unos cortes en la parte superior de la cabeza con las espadas y dejan que brote la sangre por la cara y sobre el blanco delantal. Entre la muchedumbre que les rodea, hombres y mujeres no pueden reprimir sus lágrimas. La emoción lo envuelve todo y la escena es, simplemente, indescriptible. El ritual simboliza el martirio de Husein, nieto de Mahoma, decapitado en Kerbala en el año 680 por los partidarios del califa suní Yazid.

Los mausoleos

Las procesiones del tatbir continúan hasta pasadas las ocho de la mañana. Desfilan alrededor de los mausoleos de Husein y de Abbas, separados sólo por una explanada. Aún no ha estallado ninguna bomba, pero en las calles de Kerbala ya hay charcos de sangre.

"Husein se sacrificó por el islam. Nosotros seguimos su ejemplo. Estas heridas en la cabeza no son nada comparado con lo que él sufrió", afirma Hasan al Zaieni, con el rostro totalmente cubierto de sangre. Tiene 57 años y asegura que practica el ritual desde los 15. "Durante el régimen de Sadam estaba prohibido, pero lo hacíamos a escondidas, en nuestras casas", explica. De pronto, el hombre se echa a llorar. "Es que no me acabo de creer que estemos aquí, en la calle", musita.

En la Ashura también hay un ritual de duelo. Hombres y mujeres se golpean el pecho con la palma de la mano. Grupos de hombres desfilan flagelándose la espalda con unas cadenas, que reciben el nombre de zangil . Lloran la muerte de Husein.

Primera explosión

Son las 10 de la mañana y por delante del mausoleo de Abbas pasa una procesión de zangil . Suena una explosión. Los cientos de miles de peregrinos que invaden Kerbala echan a correr despavoridos, en todas direcciones. El caos es absoluto.

La cola de la procesión acababa de pasar frente al Hotel Um al Qura. Estamos en la azotea del establecimiento, intentando averiguar dónde se ha producido el estallido, cuando suena otra detonación. En cuestión de segundos aparecen esparcidos por toda la azotea, en una quinta planta, pequeños trozos de carne y vísceras humanas.

A Hasim al Safar se le han quedado pegados tres o cuatro trozos en la camisa. Con sólo asomar la cabeza pueden verse tendidos en la calle una docena de cadáveres, en derredor de un inmenso charco de sangre. La bomba ha estallado justo delante de la puerta del hotel, la misma que habíamos franqueado 10 minutos antes y por la que nos disponíamos a volver a salir.

Se oyen al menos otras seis explosiones. El ir y venir de las ambulancias es continuo. En la habitación que ocupamos, la ventana ha quedado destrozada y cristales y trozos de madera están por encima de la cama. Un joven peregrino iraní se sienta en las escaleras del hotel y rompe a llorar, no precisamente por el martirio de Husein.

Cabezas de turco

Kerbala queda presa de la indignación y la histeria. Milicianos armados buscan cabezas de turco. Arremeten contra los periodistas extranjeros e incluso contra algún peregrino iraní. A más de un fotógrafo le rompen o le confiscan la cámara. La sangre ya no es hoy sólo un ritual milenario. El duelo no expresa sólo el dolor por el martirio de Husein. Otras 112 familias shiís tienen un motivo mucho más cercano para estar de luto.