La crisis italiana ha quedado aparcada en el congelador. Hasta el próximo 14 de diciembre. Aquel día, una Cámara, el Senado, en la que el primer ministro Silvio Berlusconi dispone de mayoría, votará una moción de confianza, mientras que en la de los Diputados, donde carece de la mayoría tras la salida del Gobierno y del partido de Gianfranco Fini y sus seguidores, se votará una moción de censura. ¿Y después? Sobre el papel, el primer ministro debería ganar la primera y perder la segunda que es la que haría caer a su Gobierno.

De ahí a las elecciones anticipadas quedaría a un paso. Solo que... Solo que se ha abierto el calciomercato político, o el mercado de las vacas en términos ganaderos. Es decir, la compraventa de adhesiones entre los diputados que han formado con Fini el partido Futuro y Libertad.

Ayer se supo del primer traspaso. El diputado Giuseppe Angeli (elegido en la circunscripción electoral de América del Sur) ha vuelto al redil berlusconiano. Negó cualquier transacción y declaró que había dado marcha atrás dejando a los futuristas por amor a Italia.

Congelar la crisis durante un mes no impedirá que la agonía política de Berlusconi se detenga, ni que lo haga la deriva amoral por la que se desliza Italia. No está claro si estamos ante el fin del principio, el principio del fin, o el fin del principio del fin. Lo que está claro es que la máxima irresponsabilidad se ha adueñado de la política.

Tanto, que solo se oyen llamadas a la responsabilidad. Algunas, dignas de respeto, como la del presidente de la República, Giorgio Napolitano, al manifestar su satisfacción porque los partidos hubieran pospuesto las mociones a la aprobación de una ley sobre la estabilidad financiera. Otras, como la del ministro de Economía, Giulio Tremonti, alentaban ayer desde Bruselas a continuar "con una política de responsabilidad".

Y también se oyen voces que reflejan el colmo del cinismo. La del primer ministro tachando de irresponsabilidad a sus exaliados. Les acusa de desatar la crisis en un Gobierno que "era el más sólido y el mejor situado de Europa", cuyo primer ministro, él mismo, es también en Europa, el primero "en estima". Será que no ve prensa extranjera.

Lo que provoca el escándalo ya no es solo el evidente conflicto de intereses. Ni sus chistes de pésimo gusto, racistas o machistas. Ni el continuo y documentado desfile de jovencitas --prostitutas o aspirantes a modelo y a azafata de televisión-- por sus mansiones. O las revelaciones hechas por algunas de ellas.

Es el abuso de poder ejercido con total desfachatez en casos que rozan la delincuencia. Como el último, el que protagoniza una menor sin papeles, de origen marroquí, Ruby Robacorazones, asistente a fiestas en la villa de Arcore. Detenida por robo, Berlusconi intercedió por su libertad con el embuste de que era sobrina del presidente egipcio Mubarak.

En este ambiente malsano y de final de reinado, las tertulias y debates políticos televisivos en las emisoras italianas son un espectáculo que despierta vergüenza ajena. Aparte del griterío entre los partícipes, ya sean ministros o directores de periódicos, sonroja ver y oír defensas y justificaciones de las actuaciones más desvergonzadas del primer ministro.

Lugar destacado en esta operación exculpatoria lo ocupa su abogado, Niccolò Ghedini, cuyos honorarios incluyen al parecer la defensa de su cliente ante los tribunales y los platós televisivos. Oírle decir que Berlusconi es un hombre que trabaja muchísimo y que cuando regresa a casa le gusta entretenerse con bellezas es un insulto a la inteligencia. Liquidar el escándalo de Ruby con un "no es delito", también.

Y a todo esto, Berlusconi aún goza del 35% de apoyo; la izquierda no levanta cabeza, y no está claro que los futuristas de Fini sean la derecha civilizada que Italia necesita.