El Ejército norcoreano asumirá el envío de medicinas a las farmacias después de que su líder, Kim Kong-un, descubriera sus escaparates vacíos en una reciente visita. Es una medida tan desesperada como insuficiente, apenas una tirita contra una caudalosa hemorragia. El coronavirus se ha colado en el blindaje norcoreano dos años después y amenaza con una crisis sin precedentes, desprovisto el país de las defensas más elementales contra una pandemia que devastó sistemas médicos mucho más robustos.

Las cifras oficiales hablan de 1,2 millones de norcoreanos con “fiebres”, un diagnóstico que no responde al maquillaje contable sino a la ausencia de tests en el país. Supone un infectado entre 20 personas si atendemos a su población de 25 millones, una proporción ya gigantesca para una enfermedad que fue descubierta apenas cuatro días atrás. Fue el jueves y desde entonces han muerto ya, según los medios oficiales, 50 personas. Corea del Norte ya alerta del “calvario” inminente y habla de la peor crisis desde que fuera fundada siete décadas atrás. No es un título menor para un país que las ha coleccionado y sufrió millones de muertos en las hambrunas de los años 90.

Corea del Norte reconoce el primer brote de coronavirus en el país

Corea del Norte reconoce el primer brote de coronavirus en el país Vídeo: AGENCIA ATLAS Foto: Agencias

Las reprimendas que Kim Jong-un reparte estos días anticipan días duros, y quizás escasos, para los responsables. Ha criticado al sector de la sanidad pública por su negligente actitud, sus insuficientes esfuerzos y la ejecución chapucera de los protocolos. En su visita a las farmacias no sólo comprobó el desabastecimiento sino la falta de equipo potector de los trabajadores y la higiene mejorable. No se le ha escuchado aún ninguna autocrítica por la escasa inversión en una de las redes hospitalarias más precarias del mundo ni por su terco rechazo a las vacunas que el mundo le ha ofrecido.

Cerrojazo en las ciudades

Las órdenes contemplan el cerrojazo de todas las ciudades y el envío a centros de cuarentena de los que padecen fiebres y otros síntomas sospechosos. Un doctor que escapó del país explicó que la estrategia ya falló en 2006 con una epidemia de sarampión: faltaban centros de cuarentena y, en los que había, los enfermos huían por la ausencia de comida.

Los expertos temen los estragos del coronavirus en un país sin vacunas. Corea del Norte las ha rechazado todas, las que venían de China y las del programa Covax que apadrina la Organización Mundial de la Salud. En los últimos días han llegado nuevos ofrecimientos, también desde Seúl. El nuevo presidente, Yoon Suk-yeol, ha prometido ayuda incondicional al vecino del norte incluso cuando arrecian rumores de un inminente ensayo nuclear. El grupo de activistas liderado por Park Sang-hak, un célebre desertor, ha anunciado que estos días enviará medicinas y mascarillas en lugar de los acostumbrados panfletos contra el régimen de Kim Jong-un en sus globos soltados en la frontera.

Un honesto cálculo de las debilidades había protegido a Corea de Norte hasta ahora de la pandemia. Entendió que carecía de armas y selló el país cuando emergieron las primeras noticias de una extraña neumonía en Wuhan. Ningún país ha llegado tan lejos. Dio órdenes a sus soldados de disparar a todo lo que se moviera en sus fronteras con China, habitual coladero de contrabandistas, y rechazó cualquier envío del exterior. En Dandong, la ciudad china más cercana, han amontonado polvo los cargamentos de alimentos perecederos y material médico. También renunció al comercio con China, que suponía el 99 % de sus importaciones, y castigó a su población a una grave crisis alimentaria. Con su decisión resolvía un drama shakesperiano: exponer a su pueblo al hambre o la pandemia. La decisión no carecía de lógica porque el país ya está habituado a gestionar la primera mientras la segunda devastaría sus defensas sanitarias. Pero ahora, con el virus ya en el país, nada impide que Corea del Norte acepte de una vez la ayuda exterior.