Ni el mismo José Antonio, que intuía que un día pasaría a la posteridad, podía calcular el ruido mediático que su muerte produjo en España. Y en el mundo. En los últimos días hablamos mucho, pero no me atreví a proponer ese tema, pese a que este Labordeta afrontaba con saludable distancia cualquier asunto. Incluidos los que se referían a él mismo y su final. Por ejemplo, aparecía a menudo su enfermedad. Y como las enfermedades acarrean desgracias, tirando tirando, Labordeta llegaba al tope de la muerte: "Todas estas medallas me las dan porque saben que me queda poco y no quieren llegar tarde", musitaba con sorna. Yo no me atrevía a ser tan deslenguado.

Murió el 19 en la madrugada de un domingo hermoso, radiante, de un septiembre apacible y sereno. Alguien me sobresaltó con una llamada cerca de las dos de la mañana para contarme lo que ya sabía que me iban a contar: "Joaquín, que José Antonio ha muerto". Ya está. Me desvelé preso de un dolor de cabeza terrible hasta que me levanté de la cama y me senté en cualquier sofá, mientras mi familia dormía. Ya está. Desde ese día, todo Aragón quiso rendirle un homenaje. Eso es lo que yo querría haberle contado a José Antonio: "Vas a encabezar los telediarios, vas a ser noticia más citada en Twitter, 50.000 aragoneses acudirán a despedirte. ¡Vendrán ministros! Los políticos (incluidos ésos, sí) dirán públicamente que eras un valor universal, ¡te darán otra medalla!: la de Aragón a título póstumo. Hasta Joan Manuel Serrat vendrá a decirte adiós".

Y pueblos y pueblos se sumaron de todas las formas posibles para mostrarte su admiración y cariño. Te han dedicado plazas, calles, escuelas. Te han dedicado parques, polideportivos, fuentes. Te han dedicado teatros. Y no te han dedicado iglesias porque no debe ser legal. Te han ofrecido numerosos actos en tu honor. Repasar toda esta colección de fiestas nos hubiera alborozado.

Jamás soñaste (creo) que tu figura adquiriría esta dimensión de estatua. Yo sí quiero pasar lista a algunas de las citas que más me impresionaron, pese a que tú señalarías con el dedo en el mapa, el pueblo más modesto donde sin ruido ni propaganda, alguien estrenó una calle en tu honor. Yo también lo destaco. Y voy a empezar por Jorcas.

Jorcas te trae un recuerdo casi húmedo. A mí también. No puedo olvidar la primera vez que acudimos en un agosto turolense, porque se habían empeñado en celebrar un gran festival de canción aragonesa. Jorcas es pequeño. Y fue tan apabullante el resultado de gentes que vinieron a vernos, que desde entonces te invitaron a cantar todos los años. Y todos los años fuiste. Este año, también. El 20 de agosto tu figura inundó las fiestas y los actos que se celebraron en tu honor, con lectura de poesías, con música popular. Con un árbol plantado en tu memoria. Planta un árbol, cantabas, porque donde hay un árbol hay vida y memoria.

Me invitaron a tantos actos que me fue imposible acudir a todos. Lo mismo hicieron con Juana y tus hijas. Todos querían verlas, hablarles, contarles lo mucho que te querían. Estuve en Cambrils, donde el empeño del profesor Ramón G. Mateos puso en pie "Una tarde con Labordeta": llenó a rebosar el salón de actos del Instituto para un concierto que dimos con Eduardo "a palo seco", es decir, los dos solos con las guitarras.

Estuvimos en Guadalajara, en otro acto similar. Estuve en Madrid, donde UGT te distinguió como figura cultural del año. Estuve en el Ateneo de Logroño. Estuve en la casi aragonesa Tortosa, al lado de Montse Castellá, esa mujer con los pies en el Ebro. Pere Camps, el creador del festival Barnasants, al que acudías casi cada año, quiso evocar que tu enfermedad te había impedido cantar en Viladecamps, ¿recuerdas? Allí nos fuimos todos los compañeros de este negociado, a mostrar tus canciones a un auditorio precioso repleto de sobrecogidos espectadores. Javier Lambán tuvo una idea preciosa: como tu último concierto fue en Ejea, villa de la que es alcalde Javier, nos invitó en una cruda tarde de diciembre a desvelar una placa en la plaza, que señalaba esa circunstancia histórica. Estuvieron Juana, Ángela y Paula, que acabaron de emocionarse en el repleto salón del Casino.

Tus canciones han sonado en Valderrobres. Sonaron una noche única en Cuevas de Cañart, barrio de Castellote, de apenas 60 habitantes. En las ruinas del convento de los monjes Servites, entoné "Quién te cerrará los ojos", acompañado por 200 voces y Philippe Charlot a la guitarra. En Castellote estuvimos comiendo en el hostal del mismo nombre, y Mariano Lecha, el dueño, me recordó perfectamente el día en que estuvimos compartiendo mesa allí, camino del recital de Cantavieja: "Creo que José Antonio probó el pollo guisado", me comentó Mariano.

Déjame que te de un pequeño disgusto: nunca has estado en Fortanete. Ni yo tampoco. Pero este año los mozos de la Peña la República (¡) me invitaron. Me pidieron recordar algunas canciones tuyas y completar la tarde con la proyección de la película que te hicimos con José Miguel Iranzo. Fortanete está un poco más allá de Cantavieja. En un paraje asombroso, al fondo de un valle descomunal repleto de pinos. ¿Por qué nunca habíamos acudido a este pueblo? Entre otras cosas porque nunca nos habían invitado. ¿Por qué? Eso les pregunté. No sabían cómo comunicar con nosotros. No sabían que estábamos dispuestos a viajar a cualquier rincón de Aragón, especialmente de Teruel. Me sentí como un explorador que conquista el Polo Norte, que holla un paraje nunca pisado.

Al margen, en actividades a las que no he podido acudir, el pueblo de Aragón te ha mostrado su cariño de mil formas distintas: niños entonando tus canciones en coros escolares, exposiciones donde El canto a la libertad ha inspirado la creación de numerosos artistas gráficos y literarios. Tu figura se ha encarnado en dos admirables gigantes, que se pasearon por la plaza recientemente. Incluso, tal como se hizo con la Pilara del Oasis, hay una web donde se pide que tu figura complete la cuadrilla de cabezudos que salen para el Pilar...

El año ha dado también momentos amargos. Miles de ciudadanos, hasta alcanzar la cifra asombrosa de 24.000 firmaron (es decir, se molestaron) para que la canción que escribiste una noche de diciembre, allá en Villanúa, ese himno a la libertad que te salió de un tirón, mientras la casa dormía, firmaron digo, para que las Cortes de nuestra tierra la elevaran a himno de todos. Un himno que habla de los seres humanos del mundo, de la solidaridad que debe reinar entre los hombres y mujeres, un himno que ha sido entonado por mineros de Chile y agricultores de Guatemala, sin saber quién era el creador de esos versos. ¿No es hermoso?

La propuesta no prosperó. La defendió tu amigo Emilio Gastón ante una bancada de políticos de la derecha que atendieron el ruego con desdén y suficiencia. No es el momento, indicaron. Te fuiste y en tu ausencia ascendió al gobierno de Aragón Luis Fernanda Rudi en la presidencia y José Ángel Biel, como segundo. PP-PAR. Fuerzas naturales. Es igual. Mis conciertos acaban siempre entonando todos ese canto que el pueblo reconoce como suyo. Con o sin bendición oficial.

Las amarguras no son amargas, recuerda Joaquín Sabina, cuando las canta Chavela Vargas. Cuando nuestras vidas se endulzan con modestas piezas de repostería, nos ayudan a caminar con una sonrisa. En el horno de Tony, el que te surtía de magdalenas en tu enfermedad, dedicaron un día tras tu ausencia a invitar a toda la clientela a degustar ese dulce tan aragonés. Mientras sonaban tus canciones toda la mañana, los parroquianos recordaron que eras un laminero de morro fino. Poco, pero escogido.

Todo esto y mucho más ha dado de sí un año en el que has faltado pero no has dejado de estar. Nunca te comenté algo: cuando grabamos el último disco, Vayatrés, tú me trajiste una letra para que yo la musicara. Era una preciosa albada, en la línea de la otra que conoce todo el mundo. La bautizaste como Albada de la ausencia. Le puse música. Te sorprendió y me lo comentaste: "Joder, Joaquín, no sabía que eras capaz de componer una albada clásica. Te tenía por más roquero " La albada la grabamos los tres, es decir, José Antonio, Eduardo y yo mismo. Quedó preciosa. Y fue un día escuchándola en el coche, en un viaje en solitario, cuando me di cuenta: me habías entregado una despedida, tu despedida. Era tu adiós cantado: "Aunque me voy no me voy/ aunque me voy no me ausento/ aunque me voy de persona/ me quedo de pensamiento".

En la grabación tu voz llega tras una introducción triste y melancólica de una gaita aragonesa, de unos tambores cansados. Tu voz ya se mostraba herida por el cáncer, sorda de esos agudos tan brillantes. "Espero que dentro un año/ dentro de tres o de cuatro/ cantemos todos la albada/ en libertad y buen trato". La seguimos cantando. Aspirando a que "Esa hermosa mañana/ la lleguemos a ver" Aunque ya lo sé: ni tú ni ni el otro, la conoceremos. Pero llegará. Como ha quedado tu nombre grabado en la memoria de esta dulce y salvaje tierra.