Los aeropuertos son como una gran caja de sentimientos encontrados. Felicidad y tristeza a partes iguales entre los que embarcan y los que se quedan en tierra. Ayer, el aeropuerto de Zaragoza era un fiel reflejo de lágrimas, sonrisas y abrazos, pero también de caras de miedo, dolor y desconcierto. Y es que, en el Boeing 737-800 que despegó a las 12.30 desde Charleroi-Bruselas había 189 pasajeros que no se creyeron que estaban en la capital aragonesa hasta que no pisaron suelo español.

"Cogí un taxi sin saber si conseguiría embarcar", señalaba Javier García Hera, quien resaltaba que durante los 55 kilómetros de distancia que separa el aeropuerto de Charleroi-Bruselas "fue inspeccionado". Todos los que llegaron a la capital aragonesa a disfrutar de unas vacaciones de Semana Santa destacaban lo mismo: "la ciudad está tomada por militares. Es una pena". Beatriz Alonso reconocía que esta presencia, unida a la de los policías, le permitió sentir tranquilidad en medio del desconcierto y la conmoción por el atentado.. Ella viajó junto con su marido Marcos Granados y sus hijos Mateo, de 3 años, y León de uno.

Que las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado belgas estén en cada una de las esquinas de Bruselas también reconfortaba a los zaragozanos que volaron hacia allí. "Nuestra vida sigue y en algún momento tenía que volver, así que ahora que está llena de agentes no hay peligro", señalaba Eva Estaún. A las 13.30 embarcaba.

No todos se subieron al avión. Dos veinteañeros, Juan Guerrero y Susana Sánchez, acudieron al aeropuerto para cancelar el vuelo. "Nos han retrasado el vuelo al jueves y de ahí haremos escala a Holanda, que eran nuestros planes", apuntaban. Esta pareja reconocía que desde la aerolínea les habían dado todo tipo de facilidades y que no les cobraron ni las tasas de modificación de vuelos.