A veces la vida te sorprende. Lidia Ruba ni siquiera estaba interesada en los deportes de motor. Era su marido, Juan Morera, el aficionado a correr sobre ruedas. Un día, después de una cena de amigos, él le dijo que se había apuntado al Dakar. Y no solo esto, sino que le gustaría que ella fuera su copilota.

«Mi reacción fue de incredulidad sobre todo y también me preocupé por dónde íbamos a dejar a los tres niños pequeños, además en Navidades que son unas fechas significativas», recuerda Lidia, que no se esperaba para nada esa noticia. Sin embargo, su marido Juan lo tenía todo controlado y le aseguró que «estaba ya todo hablado» para que sus hijos se quedasen con los abuelos. 

Aunque asegura que «lo planeó totalmente a traición, a mis espaldas», también admite que finalmente «todo salió bien». De hecho, su propósito en la carrera era poder acabar con el coche de una pieza y, con sus más y sus menos, lo lograron. Ruba insiste mucho en que con el FIAT Panda de 1991 solo buscaban «terminar» la experiencia. 

«No podíamos aspirar a mucho más aunque teníamos la esperanza de poder hacer un buen puesto», confiesa y también añade que «el coche a mitad de carrera empezó a estropearse y el mecánico dijo que si no bajábamos un poco el ritmo no acabaríamos». Así lo hicieron. Tuvieron que aflojar para no tener que regresar a casa con su reliquia a piezas.

Su mejor resultado lo lograron en la quinta etapa. Consiguieron un segundo puesto y a tan solo un suspiro de los primeros. «Para nosotros fue como ganar», relata Ruba, porque «de 150 coches es muy complicado y cada día te pasa una historia diferente». Por ejemplo, explica que ese día escuchaban un ruido: «¡Llevábamos un amortiguador colgando! Tuvimos que parar y atarlo con una cuerda para continuar». 

«Mi reacción fue de incredulidad y de preocupación por dónde dejar a los niños pequeños»

Por este contratiempo y alguno más están «muy contentos de haberlo logrado». Lidia Ruba recuerda más anécdotas, como un día que no pudieron correr porque los helicópteros de control no tenían permitido el vuelo o cuando llovió tanto que el desierto, que al no filtrar bien el agua, quedó totalmente encharcado. «Decíamos ‘qué cosas mas raras pasan aquí’» Pero todavía no lo habían visto todo: «En una etapa nos intentaron robar, un coche nos intentó sacar del recorrido y nos fue persiguiendo», recuerda Ruba. 

Fue solo hasta que llegaron «a un coche de control, entonces llamaron a la Policía». Además, asegura que la organización enseguida «puso cartas en el asunto» porque «no querían que esa fuera la imagen que la gente se llevara del rally». «No querían que nadie tuviese ningún percance», insiste. En este mismo sentido, comenta que también le llamó la atención la forma en la que les trataban en Arabia Saudí

«Los invitados del rally del Dakar son invitados personales del príncipe saudí y son intocables», puntualiza la copiloto y añade que, por esto mismo, «cuando vas a una ciudad más grande y vas vestido con la ropa del equipo muchísima gente se quiere hacer fotos contigo, te hacen preguntas y te tratan casi como a una estrella de Hollywood».

Un evento de tal envergadura lleva consigo una gran cobertura mediática. Los periodistas les seguían por todo el recorrido acampando también en tiendas. Ruba y su marido, sin embargo, hicieron «un poco de trampa». «Hasta la mitad del rally había ciudades y hoteles y dormíamos allí», confiesa y añade que «después ya estaba más despoblado y era muy complicado coger un taxi». Les tocó montar tienda. 

Lidia Ruba no descarta volver a correr el Dakar, aunque cuando acabó esta prueba tenía claro que no repetiría. Ahora lo ve todo con otra perspectiva y, además, quedaron bastante contentos con la iniciativa solidaria que proponían: dar visibilidad a la oenegé Bicicletas sin Fronteras. Presumían, de hecho, de llevar «el coche más pequeño pero el proyecto más grande».