En los últimos años Andorra ha estado marcada, entre otros aspectos, por los asesinatos de Igor el Ruso o el crimen machista ocurrido en agosto del año pasado. Puntos negros que todos querríamos eliminar de la historia. Pero si algo ha definido a Andorra en las últimas décadas ha sido su central térmica y la actividad minera, una industria que ha sido referencia indiscutible en la comunidad autónoma. Con el cierre de la planta de Endesa el pasado martes, 30 de junio, después de 40 años de trabajo, el municipio turolense pierde más que un núcleo económico de primer nivel, pierde parte de su historia.

La nostalgia inunda estos días a los vecinos de la localidad por todos los momentos que vivieron en la central y en las actividades que nutrían a la central y sienten una profunda tristeza al asimilar que ya no verán más humo asomando por la chimenea de 343 metros que dominaba la vista panorámica de Andorra.

«Para la gente que somos de aquí, que vivimos aquí será difícil no ver la chimenea de la central. Va a ser un palo», lamentaba Pedro Miñana, empleado de la central.

El cese de la actividad de la central térmica turolense ha supuesto un golpe emocional duro para todos los vecinos de la localidad y, en especial, para todos aquellos que trabajaron en la instalación, en el ferrocarril que transportaba el carbón o en empresas que desarrollaban su actividad por y para que funcionase a la perfección la combustión del lignito.

A lo largo de sus cuarenta años de actividad, miles de familias dependieron directa o indirectamente de esta industria del carbón que fue inaugurada en el año 1981 después de un periodo de construcción de cinco años, llevado a cabo entre 1974 y 1979.

Muchos de los trabajadores vivieron en esta instalación más de 30 años de trabajo, sacrificio y buenos momentos, como es el caso de Alejo Galve, secretario territorial de UGT Teruel. «Me siento triste, con impotencia, muy cabreado por cómo se ha llevado todo. Hubo ratos buenos y complicados con los compañeros, pero todos se echarán de menos», lamentó.

El secretario de UGT en Teruel mira con nostalgia al pasado: «Hemos vivido años realmente buenos», y recuerda todos las horas compartidas con sus compañeros al pie del calor de la central. Por otro lado, Hilario Monbiela, presidente del comité de empresa de la central, mostraba el mismo sentimiento de frustración y tristeza porque consideraba que la central «era el motor económico del pueblo de Teruel» y aseguraba que en los próximos días iban a seguir reivindicando «lo que hay que devolver al pueblo de Andorra y a la provincia, ya que Teruel ha ayudado mucho a la industrialización de España».

Asimismo, Monbiela expresó que lo que recordará con más ilusión en el futuro serán «los buenos años de la central, sobre todo los 80 y los 90, y las reparaciones en los grupos que se hacían todos los años que eran inmensas».

Generaciones mineras

En las zonas rurales es habitual que los trabajos se hereden de abuelos a padres, de padres a hijos y de hijos a hermanos. Así sucede con casi todas aquellas personas que dedicaron una parte fundamental de su vida al mundo laboral, y en este caso, al sector del carbón. «Mis familiares trabajaron en la minería, aunque no en la central, como mi padre que trabajó en las minas», manifestó Galve. «Pienso que todo era una ruleta y era todo lo mismo, si no había carbón no había central», añadió.

Pedro Miñana también es empleado de la central y pertenece a una familia dedicada al mundo del lignito andorrano. Su hermana también trabajaba en la central desde que se inauguró aunque ahora no sabía con certeza que iba a pasar con su vida después de todo lo que estaba aconteciendo, asegura el propio Miñana.

Futuro incierto

La principal preocupación cuando todo acaba es qué pasará el día después. Cuando se ha dedicado toda una vida, desde la juventud, al mismo negocio queda esa incógnita por resolver sobre la situación de cientos de trabajadores que hasta ahora maniobraban en el complejo térmico o en otras empresas que dependían exclusivamente de la actividad carbonífera.

La realidad es cruda, y así lo han hecho saber los propios trabajadores de la central. El optimismo de algunos se ha convertido en el pesimismo generalizado de todo un sector que vive con incertidumbre los próximos pasos de su vida laboral. «El futuro es muy incierto y esperemos ver la luz al final del túnel», auguraba Monbiela.

La central de Andorra ha tenido que cerrar sus puertas ante la imposibilidad de adaptarse a los requerimientos medioambientales, según hizo saber la empresa responsable. Endesa anunció recientemente que se iba a poner en marcha un nuevo proyecto para generar energía eléctrica mediante el uso de energías renovables en la zona y la construcción, en este año 2020, de parques eólicos en Zaragoza y Teruel con una potencia total de 82 megavatios.

Los nuevos complejos, según informó la entidad, generarán más de 4.000 empleos que han sido ofrecidos a los que hasta ahora mantenían la actividad minera para conseguir esa recolocación que tanto necesitan.

No obstante, los empleados consideran que no es cierto y que la recolocación tendrá que esperar o incluso nunca se llegará a producir: «Hace año y medio nos dijeron que había muchos proyectos, que antes de que se cerrase la central habría algo y podríamos seguir trabajando. Y ahora no hay nada, ni se espera», aseguró Pedro Miñana. Además, cree que los políticos les han «tomado el pelo» y que a pesar de llevar años luchando, se trata de una «lucha perdida».

Otro de los problemas se presenta con la gente joven, como ocurre con el hijo de Hilaro Monbiela quien trabaja para una empresa contrata de la central. Qué pasará con ellos y qué van a hacer ahora son otras de las preguntas que se hacen en el municipio turolense.

Y, según sostuvo Miñama, lo mismo ocurría con las personas mayores de edad que llevan muchos años de trabajo a la espalda con, prácticamente, toda su vida en este complejo, tienen los currículos hechos y no pueden echarlos en ningún otro lado.

Además, Monbiela, presidente del comité de empresa, desea que la gente «tenga trabajo y no tenga que moverse del pueblo». La situación es difícil de manejar para ambos lados y los trabajadores esperan que se solucione lo antes posible.

40 años de historia

La historia de la central térmica andorrana comienza en el año 1972 cuando el Consejo de Ministros aprobó un Plan de reestructuración de la Empresa Nacional Calvo Sotelo que significó la adquisición, por parte de Endesa, de los complejos mineros de Andorra y Puentes de García Rodríguez, ubicada ésta última en el extremo contrario al oeste de España, en Galicia.

Sin embargo, el complejo aragonés vio la luz en 1974 cuando el Ministerio de Industria autorizó su construcción, con tres grupos de 350 megavatios de potencia, al mismo tiempo que se desarrollaba la instalación minero-eléctrica gallega. No obstante, no fue inaugurada hasta el año 1981.

Posteriormente, el complejo propiedad de Endesa incorporó en el año 1986 un lavadero industrial de carbón que tenía como objetivo principal el almacenamiento anual de toneladas de lignito y reducir el contenido de azufre en un 40%.

Final de la cuenta atrás

Como ocurre con todos los periodos de tiempo prefijados, tienen un final. El fin de la actividad en la central térmica de la provincia turolense era cuestión de tiempo. En el año 2018, Endesa anunció el cese de la actividad y el correspondiente cierre de las centrales térmicas de carbón de Andorra y Compostilla II ubicada en Cubillos del Sil, en la provincia de León. En medio de esta travesía de cuatro décadas, el proyecto también sufrió algún que otro contratiempo como la querella presentada por la Fiscalía de Castellón sobre una supuesta contaminación de bosques a finales de los años 80 percibida por el humo que expulsaba la chimenea del complejo industrial.

O, por otro lado, la polémica surgida con la concesión de aguas para la actividad minera que fue denunciada por la Comunidad de Regantes del río Guadalope, motivo de las escasas precipitaciones en aquella época que dificultaron la labor en el campo. La empresa emprendió un Plan de medioambiental que, además de actuaciones estratégicas, incluía equipos de desulfuración de gases para mitigar todos estos problemas medioambientales.

Según Endesa, la central térmica de Andorra siempre tuvo la situación más conflictiva como consecuencia de la cantidad de azufre extraída de su carbón que se situaba entre el 3% y el 4%, aun con la ayuda de materia importada.

Es imposible concebir el municipio turolense de Andorra sin su central térmica de carbón. Lo mismo ocurre si ampliamos esta relevancia al global de la comunidad o a los límites del Bajo Aragón.

Por todos los años que lleva operando este complejo carbonífero, por todas las personas que han trabajado en la instalación y por una chimenea símbolo de todo un pueblo se puede decir, sin duda, que Andorra, con el cierre de su central térmica, ha perdido un trozo de su historia.