El barrio de Delicias y el sur del barrio de Casablanca, en Zaragoza, son bien diferentes. En el primero no hay chalets, apenas algunos caserones abandonados en el centro del distrito. Y se escuchan más acentos diferentes que a la orilla del Canal Imperial.

En Delicias la crisis económica derivada del coronavirus se dejó notar casi desde el primer instante y hoy, todavía sin recomponerse, temen que la segunda oleada traiga todavía más pobreza. «De eso justo estábamos hablando», decía Isaac Rabago. Él, albañil, perdió su trabajo después de que su jefe diera la espantada sin pagarles, aunque después enganchó en otra obra. «Hasta septiembre del 2021 no cobraré lo que me deben, me han dicho -afirmaba­-. Llamamos a UGT, a CCOO, pero estaba todo saturado». Conversando con él, María Moreno le miraba resignada. «Va a ser peor que la anterior crisis. Yo trabajaba limpiando. En marzo me quedé sin trabajo y ahora he conseguido una media jornada. Pero vamos, llevaba 13 años trabajando, nunca he cobrado nada del Estado y cuando lo he necesitado, estos meses atrás, no me lo han dado. Llamé a los Servicios Sociales, me dijeron que me llamarían en una semana y han pasado meses», protestaba con resignación Moreno.

Aquí las calles son más estrechas, sobre todo las aceras. Pero también hay tiendas -cada vez menos-­ y terrazas, cosa que no hay en Casablanca. En una de ellas, dos hermanas, Olga y María Jesús Conde (ambas viven en la calle Delicias) conversaban al sol. «Mi marido es cocinero y estuvo en erte. Hasta julio no volvió a trabajar, y ahora no sabe qué pasará. Ah, y encima le pagaron muy tarde», contaba la primera de las dos, Olga. Ella es sanitaria, por lo que el trabajo tampoco le ha faltado. «En la uci nos han avisado para que nos preparemos», aseguraba con voz firme. Su hermana, María Jesús, trabaja en la asociación Cafés y Bares. «Están muy hartos. Y para colmo ahora, como no han prohibido su actividad, solo la han limitado, porque pueden seguir abiertos dando comidas a domicilio, los autónomos no pueden pedir ayudas. Está siendo una pena», narraba.

La muerte a todos nos iguala, pero el cómo pueda desarrollarse en vida cada uno sí depende mucho del barrio. Es decir, de la renta de cada uno.