Leo aquí, en EL PERIODICO, una entrevista a Luis Alfonso Arcarazo, médico militar, estudioso, contrapariente y amigo mío, que ha sido premiado por un trabajo de investigación sobre la sanidad en los Sitios de Zaragoza. Y dice que aquella Cesaraugusta sufrió entonces tal destrucción que tardó un siglo en reponerse: "Esos cien años --agrega-- marcan el retraso de esta ciudad respecto al resto de España". Di que sí, Luis, cien años de ruina, desengaño y soledad. Y cuando, tras las luces de 1908, ya parecía que habíamos salido del túnel, vino el trauma de 1936 a quebrarnos el alma, el (buen) gusto y el sentido común.

Esos cien años nos alcanzan de alguna forma, porque esta ciudad todavía no ha sido capaz de estarse quieta un minuto, estabilizarse (democráticamente) como ayuntamiento y autodeterminarse como ente urbanístico. Dos siglos después de los Sitios, la capital de Aragón se tambalea desorientada en la encrucijada inmobiliaria donde el pelotazo ansioso choca con la burbuja a punto de estallar. Cuando la sitiaron los franceses, Zaragoza resistió hasta ser doblegada no por el cañoneo y las minas, sino por el tifus y el hambre. Ahora es una urbe alegre y confiada, confusa y caótica, en la que nadie (salvo los selectos miembros del distinguido Cártel del solar y tentetieso) es capaz de predecir qué será de ella de aquí a diez años: ¿seguira la expansión ad infinitum por Arcosur y más alla?, ¿se parará todo al contraerse la demanda de vivienda por saturación de pisos e hipotecas?, ¿habrá Expo?, ¿habrá plan B ?, ¿rehabilitarán la Romareda?, ¿trasladarán el campo de fútbol?, ¿acabarán el Fleta?, ¿tendremos algún día un Centro Dramático/Teatro de la Opera?, ¿se alzarán rascacielos?, ¿pagaremos las deudas (las públicas, que las privadas se da por supuesto)?

"Yo todavía confío en Belloch", me dijo el otro día una colega. Bueno, pues yo también, prenda, y en Gaspar. Pero esos cien años... ¡Ay, esos cien años!