"Nos prohibieron identificar a nuestros maridos en los funerales de Torrejón y en el complejo funerario de Torrero, en Zaragoza. No es cierto que nadie pidiera ver los cuerpos". Con estas palabras, dos mujeres residentes en la capital aragonesa que perdieron a sus parejas en el accidente del Yak-42 responden al jefe del equipo médico español encargado de las identificaciones las víctimas --el general de división Vicente C. Navarro--, quien negó en un informe que algún familiar hubiera solicitado reconocer a sus allegados.

Las declaraciones de las afectadas añaden nuevos interrogantes sobre cómo se realizaron las labores de identificación de los 62 militares fallecidos en el siniestro, ocurrido en Trabzon (Turquía), el pasado 26 de mayo. De hecho, han decidido contar su historia tras nueve meses de silencio ante "las contradicciones de Defensa en temas como la información de los restos enterrados en Turquía --revelada por este periódico--".

Tanto en los casos de Ana Ochoa, viuda de hecho del sargento primero del Escuadrón de Apoyo al Despliegue Aéreo (EADA) Miguel Angel Algaba, como en el de Rosa --que prefiere no dar más datos sobre su identidad--, las explicaciones a sus solicitudes fueron escuetas: "un simple no" o la "excusa de que los restos venían en cajas con precinto de cinc, por lo que no podían abrirse".

Este último argumento pierde peso una vez se analizan los certificados emitidos por un médico zaragozano antes de la incineración de los dos militares, ya que en ellos el facultativo señala que reconoció los cadáveres, por lo que tuvo que abrir los féretros para hacerlo.

MAS INTERROGANTES "Cuando viajamos el 28 de mayo a Torrejón de Ardoz vino un médico enviado por el Ministerio de Defensa por si necesitábamos ayuda. Mi instinto me pedía ver a mi marido. La respuesta que recibí de él fue que no podíamos abrir los ataúdes. Y cuando le dije que hablara con un superior, me dio un tranquilizante", señala la viuda de hecho.

Posteriormente, durante el velatorio en Torrero volvió a reclamarlo a un alto mando que visitó a las viudas. "Allí empecé a preguntarme si los restos eran de mi marido. El argumento que me dio fue que las cajas estaban selladas con precinto de cinc y que no se podían abrir", agrega Ochoa. Una amiga suya que le acompañó durante la noche indica que le llamó la atención cómo el militar "insistía en que era Miguel Angel quien estaba en el ataúd".

Similar es el caso de Rosa, que hasta ahora ha preferido no hablar con la prensa: "No me gusta comentar cosas que no conozco, pero este asunto lo viví personalmente. Después de los funerales de Torrejón quise verlo y no me dejaron. No me dieron motivos. Y antes de que lo incineraran en Zaragoza volví a solicitarlo en vano", afirma.

Además, Rosa subraya que sus hijas también trataron de identificar a su padre sin que lo supiera su madre. "Una se lo pidió a un alto mando --que se escudó de nuevo en el precinto de cinc-- y la otra a un miembro de la funeraria".

Sin embargo, las razones dadas por estos militares no cuadran cuando se analizan los certificados emitidos por el médico antes de la incineración. "Ese documento aumenta las contradicciones. Porque si el facultativo abrió los féretros nos podía haber avisado. Además, se supone que dentro de ellos estaban también los objetos con los que se identificaron los cuerpos y nadie nos habló de su existencia. Por ejemplo, Miguel Angel siempre llevaba las chapas, pero no sé nada de ellas y el documento dice que no portaba prótesis metálicas", comenta Ochoa, quien asegura que no se les informó sobre las llaves que supuestamente tenían los ataúdes para poder abrirlos.

La viuda de hecho se pregunta ahora por qué si los cuerpos no estaban calcinados --como dice Defensa-- y se reconocieron en apenas 36 horas no pudieron verlos: "Tal vez Defensa se escude en que no quería aumentar nuestro dolor. Pero ellos no pueden decidir por nosotras. Siempre viviremos con dudas".