Lo de bautizar con títulos de película las calles de Valdespartera parecía inicialmente una hermosa horterada. Gracias a ella, el nuevo barrio podría recordarnos al Macondo de García Márquez allá por la época de las compañías bananeras y la invasión de la cultura yanqui (ojo, que dije Macondo, no Mogambo ; no empecemos con los equívocos). Pero conforme pasan los días, la idea de traernos Hollywood al Sur de Zaragoza (que ya fue desierto cinematográfico antes de haber sido escenario de ejecuciones sumarias) me parece cada vez más adecuada.

Tirar de película nos evitará en el presente y en el futuro nuevas discusiones sobre el significado político del callejero. Que es lo que todavía sucede, veinticinco años después de ser aprobada la Constitución, con la presencia en rúas y plazas de nombres vinculados al franquismo.

Fíjense si será complicado ese tema que, habiendo dado el PSOE orden a los suyos de que se carguen de una vez las placas dedicadas a Franco, Mola, Millán Astray y el resto de los felones, el mismísimo alcalde socialista de Coruña y presidente de la FEMP no ha querido hacerlo así... por si dejara de votarle la derechona. Lo cual que ahí estamos, aguantando el recuerdo de quienes proporcionaron a España una guerra civil horrenda y cuarenta años de dictadura.

Con los títulos de película nadie se sentirá agobiado ni habrá motivo de posterior queja. Y eso de que ningún banco querrá poner oficina en la calle Atraco a las tres o El ladrón de Bagdad es una bobada. Bancos hay cuyo presidente se apellida Botín y andan (el banco y su jefe) tan campantes. ¡Como que se van a arredrar los banqueros por tan poca cosa!

El cine nos sumergirá en su leyenda. Tan es así que, si por mí fuera, toda la ciudad se surtiría de las películas para ponerse nombre. Por ejemplo, el puente del Milenio (por cierto, ¿de qué milenio?) podría llamarse El puente sobre el río Kwai y el renovado teatro Fleta (cuando lo acaben un milenio de éstos) luciría muy bien con la denominación El monstruo de Frankenstein o El fantasma de la Opera . Las posibilidades, en verdad, son infinitas... Y Belloch, un genio.