El debate de investidura iniciado ayer en el Congreso discurrió con tanta finura que a veces casi se echaba de menos la época en que este tipo de sesiones más que de investidura parecían de embestidura y la sangre salpicaba el Hemiciclo. Pero así, mientras José Luis Rodríguez Zapatero apabullaba al respetable ofreciendo diálogo diez veces por minuto, el candidato a presidir el Gobierno de España negó también por no sé cuantas veces el trasvase del Ebro. Se acabó el tema. No cabe mejor colofón a la lucha contra el PHN emprendida desde Zaragoza y Tortosa hace tres años y medio.

No estuvo mal el debate de ayer. Zapatero (¡cualquiera le llama ahora Zapatitos o Sosomán !) y Rajoy cruzaron los floretes con habilidad y todo discurrió según lo previsto. El líder socialista propone cosas muy interesantes, aunque de forma ligeramente vagorosa y, eso sí, con un método premioso e insistente que por momentos se asemeja al tormento de la gota serena : toc, toc, toc. El nuevo jefe del PP, sin embargo, aunque más habilidoso en las ironías, tiene el tremendo hándicap de que todavía no es consciente de por qué perdió las elecciones (o se las perdió Aznar o la cagaron ambos al alimón, que sobre esta materia hay análisis para todos los gustos). Ni el bueno de don Mariano ni su partido han captado que la inmensa mayoría de los españoles votaron en contra suya porque no estaban de acuerdo con ellos, ni en lo de Irak, ni en lo del PHN, ni en cómo funcionaba el ministerio de Fomento, ni en el estilico que se gastaban, ni en la pretensión de imponer una visión de España única e indiscutible... Hasta los punkies fueron a las urnas con tal de sacarlos del Gobierno. ¿Por qué insisten pues en sostener una línea política derrotada y en obvio declive?

El buen rollito que todos gastaban ayer en el Congreso tiene mucho que ver con la sensación general de que España va a necesitar en el futuro mucho sosiego y mejores intenciones. Será necesario darle a casi todo un giro de ciento ochenta grados, deshacer los empandullos, rectificar las barbaridades, armonizar los intereses de los españoles y corregir el rumbo de nuestro país en un contexto internacional particularmente convulso. ¿Será Zapatero, con su tremebunda calma y su manifiesta buena suerte, la persona adecuada para enderezar el entuerto?

Vamos a verlo.