El mismísimo Berlanga habría firmado una historia como la protagonizada hace solo una semana por un gorrión (o un pájaro similar, aún no se sabe) en el interior de la Lonja de Zaragoza. El hecho de que se colara en su interior, en la tarde del viernes día 4, no hacía prever lo que ocurrió más tarde, que es que se vieran obligados a cerrar las puertas del edificio, y la exposición de Rafael Sanz Lobato, durante toda la semana. Ayer se reabría al público, a las cinco de la tarde, tras siete días de intenso trabajo y nuevas sorpresas.

El pajarillo, quién sabe qué buscaba allí dentro, se posó sobre uno de esos pequeños escudos que adornan las bóvedas de la Lonja. Las denominadas claves, que son piezas de madera, de poco peso y dimensiones y que se encuentran, obviamente, a gran altura. O al menos eso dicen algunos de los que allí estaban porque, de hacerlo, lo hizo con tan mala suerte que, poco después, una de estas piezas acabó precipitándose al vacío. Vacío que no lo estaba tanto porque, aunque escaso, había público allí dentro en esos momentos.

Por suerte no le cayó a nadie encima pero el personal dio aviso a los técnicos de Cultura del Ayuntamiento de Zaragoza y estos, a su vez, a los de Equipamientos, en una escalada de superior en superior hasta que en la cúspide de esta pirámide funcionarial llegó a manos del jefe de servicio que decidió el cierre de las instalaciones por seguridad. Como caía en fin de semana, valía la pena suspender la visita y, ya con dos días por delante, intentar echar al gorrión para dejar el camino libre a las brigadas municipales el lunes siguiente, para que revisaran esos elementos ornamentales y consolidarlos.

Solo en internet se dio cuenta de la suspensión temporal de la exposición. El Ministerio de Cultura, que patrocina esta muestra fotográfica ya advertía de que durante unos días no se iba a poder visitar. El ayuntamiento, ni mención. Ni en la puerta, ni en la web, ni en los medios. El problema es que esos dos días han acabado siendo siete. Y sin rastro del gorrión que, ya señalado, quizá prefirió evitarse problemas.

Al menos su accidente, si es que lo hizo él, provocó una revisión de las 53 claves que, como la que se cayó, coronan las bóvedas de la Lonja. Y cuál fue la sorpresa que los técnicos detectaron que al menos "otras nueve", según las fuentes oficiales del consistorio, presentaban riesgo de desprendimiento o, como mínimo, estaban "inestables", mal o poco sujetas. Así que hasta ayer no se finalizó el trabajo de consolidación.