La Hispanidad existe y constituye el tronco principal de ese árbol frondoso que es la Latinidad . Sin embargo tal fenómeno se capta mejor desde fuera que desde dentro. Los anglosajones, por ejemplo, nos tienen muy cogida la medida; mas los hispánicos, ora por esenciales ora por perfiéricos , vivimos en un lío existencial. En todo caso la Hispanidad es un hecho cultural e histórico complejo y diverso; un universo que mezcla las razas, los colores y las lenguas (porque habla en castellano y otros latines vulgares, pero también en aymará y en tzotzil, en euskera y quechua) y que se ha configurado como realidad a lo largo de siglos preñados de sangre y miseria.

En España no entendemos demasiado bien la Hispanidad porque tal concepto ha sido tradicionalmente interpretado y rentabilizado por los sectores más reaccionarios, clericales y autoritarios. Su visión de lo hispánico se ha fundamentado en el patrioterismo barato, el integrismo católico y la mística paleomilitar. Y no cabe duda de que tal interpretación ha calado hondo en el catálogo de estereotipos. Si no, no se explica uno el alarde castrense de ayer en Madrid (¿por qué se empeñan los gobiernos en que España se encarne en sus ejércitos y no en sus funcionarios de Hacienda o en sus esforzados profesores de EGB?). Bono, tan dado él al pastiche, quiso hacer el Desfile de la Concordia , como si no estuviésemos ya los españoles bastante concordados; pero en un desliz que evidencia hasta qué punto la interpretación conservadora de la Hispanidad sigue vigente, para equilibrar la presencia en el acto castrense de uno de los españoles que liberó París en nombre de la libertad, hubo que ponerle al lado a otro (español) que fue a invadir Rusia a las órdenes de Franco y de Hitler.

La Hispanidad es otra cosa. Esa apolillada imagen de las banderas colgadas en la Basílica del Pilar junto a las patéticas bombas lanzadas en el 36 por (supuestos) aviones rojos no representa a mi cultura ni a mi gente.