El sector del ocio nocturno ha sido uno de los más golpeados económicamente por la crisis del coronavirus. Y después de múltiples reivindicaciones, sus propietarios buscan ahora demostrar que sus locales son completamente seguros, a través de la puesta en marcha de una prueba piloto de medición de aerosoles, a cargo de un grupo de investigación del Laboratorio de Investigación en Fluidodinámica y Tecnologías de la Combustión (Liftec), centro mixto en el que participan la Universidad de Zaragoza y el CSIC, y que está financiado por el Ayuntamiento de Zaragoza.

El estudio ya fue anunciado en diciembre por la concejala de Economía del gobierno PP-Cs, Carmen Herrarte, que aseguró que se iba a poner en marcha "para acelerar la apertura de los negocios". La intención, en su día, fue la de dotar de filtros HEPA o medidores de CO2 a estos establecimientos, cuya práctica se puso en marcha el pasado fin de semana en un local hostelero, y ayer de nuevo en el bar Canterbury.

El gerente del grupo Canterbury, Miguel Ángel Salinas, explicaba que se trataba de una iniciativa para demostrar que los establecimientos como el que regenta «son seguros y pueden serlo todavía más». Además, Salinas incidía en que se trata de una prueba que puede ser beneficiosa para cualquier tipo de local, siempre y cuando desde el departamento de Sanidad del Gobierno de Aragón se permitan instalar este tipo de herramientas. «Se podría poner un televisor que marcara en cada momento el nivel de contaminación, así cada persona puede decidir si tomar algo allí o no», añadía.

La prueba estuvo liderada por el catedrático de mecánica de fluidos en la Escuela de Ingeniería, Javier Ballester, quien expresó que el objetivo era el de «medir la ventilación del local». «Consiste en ver qué niveles de CO2 se alcanzan en función de cómo se ajustan los equipos de ventilación, con una ocupación alta dentro de los límites de aforo actual», apostillaba Ballester sobre la prueba de medición en el Canterbury. «Nosotros emitimos al respirar CO2, y la cantidad de dióxido de carbono que hay en el ambiente es indicativo de cómo de bien estamos ventilados, cuánto del aire que está dentro del espacio ha sido respirado ya por otra persona», reflejaba Ballester.

Este catedrático en la Universidad de Zaragoza recalcaba que la única misión de la prueba era medir el nivel de contaminación, para que después se puedan establecer unos criterios de seguridad: «Nosotros solo evaluamos para que en algún momento, dentro de no mucho, se establezcan unos criterios de manera que se exija a los locales respetar unos límites. Los que puedan respetarlos funcionarán, y los que no, no. En función de eso también se ajustarán los aforos».

Además, Ballester también quiso explicar cómo funciona en realidad la contaminación de un lugar en términos de CO2, medido en partes por millón: «Si por ejemplo hubiera 800 partes por millón de CO2 querría decir que, aproximadamente, el 1% del aire que tenemos aquí dentro ya ha sido respirado por otra persona. Eso tiene asociado un nivel de riesgo porque si hay una persona contagiosa, con los aerosoles que emite, entra en un cierto riesgo el ambiente».

Sobre el proceso de medición puesto en marcha esta tarde en este establecimiento zaragozano, este experto en mecánica de fluidos apuntaba que captan «la señal de los 20 sensores a la vez en el ordenador». «Hay zonas que tienen más CO2 que otras, en función de las personas o de la altura», apostillaba.