Ixeia está precioso. En las crestas la nieve hace malabarismos por no caer. Todo es blanco. La carretera a Cerler está limpia de hielo y coches. Solo algunos locales descienden por las pistas. Hay que foquear para subir la pendiente sin arrastres ni telesilla. La estación sigue cerrada.

Joaquín se afana en limpiar la terraza con vistas directas a los minímos esquiadores. Va y viene con un quad en el que ha montado una pala para despejar la calle. Llega algún cliente al Planet 81. Todos conocidos, colegas, como él, propietarios o currantes de hostelería desesperados. El tema de conversación es único. Todos están rascándose el bolsillo, los ahorros, si hay suerte seguirán en algún erte, pero están hartos soportando el temporal económico. Son las caras de la crisis del valle.

«No pido que me den un duro. Sólo que me dejen trabajar. Que no puede ser que en Baqueira esté llegando gente y aquí no. Este roto nos va a hacer volver diez años atrás», insiste Joaquín Salazar.

Él ha decidido seguir abierto, pillar algo de caja, unos cien euros diarios, para pagar algo mientras va gastándose lo ahorrado o tirando de créditos, avalando con sus propiedades. «Pero hay un momento que ya no puedes. Este año hemos facturado el 5% de las Navidades pasadas, que es un tercio de la temporada. Dijeron que abrían, nos gastamos 15.000 euros en personal y mercancías para nada», lamenta. Una llamada le distrae. Es una cancelación de una mesa.

Entra Nacho Molina, dueño del restaurante la Borda del Mastín. Se une al mosqueo. «Yo me estoy pensando no abrir hasta Semana Santa. No salen las cuentas. Este año he hecho lo mismo que hice el pasado únicamente en Nochevieja. Esta vez tuve dos mesas», rabia Nacho. «Lo peor es la incertidumbre, porque si supiéramos que no se va a abrir, harías cuentas e intentarías sobrevivir. Pero pensando que te van a abrir y luego no… Vamos de despropósito en despropósito. Este Gobierno nos lleva a la ruina», vuelve Joaquín.

Ninguno de los dos entienden la divergencia de las normas, que en el valle de Arán, a 25 kilómetros, «se hayan abierto pasillos para llegar desde Madrid» o que pasen turistas desde Francia pero no dejen llegar desde Zaragoza. «Luego que no hay gente en los pueblos. Si a los que emprendemos nos hacen esto...». Entre ambos han dejado de dar trabajo a más de diez personas.

Criterios ilógicos

Un poco más abajo está El Paralelo. En el interior del restaurante queda solo Antonio Muñoz, el dueño. Es de Barcelona. Hace cinco años que se arriesgó con este negocio tras bregarse en un hotel. «Ahora que empezaba a estar encauzado ha llegado esto», cabecea. Al comenzar la entrevista se le arrasan los ojos.

Antonio reconoce que normalmente estarían seis, pero ahora queda él y un empleado a media jornada. Tira de un crédito ICO que pidió en marzo y de haberse reducido la nómina al mínimo para abonar las facturas fijas. «No le debo nada a nadie». «Me han quitado la libertad de ganarme la vida. Como hubo en su momento para los bancos, merecemos un rescate, no solo una disculpa», reclama. Su queja es la arbitrariedad de las medidas. «Porque puede estar Puerto Venecia en Zaragoza a tope y aquí no, que tienes kilómetros y kilómetros de monte al aire libre, que ni se rozarían. ¿Cuál es el criterio lógico? La ley no es igual para todos», clama.

Abajo en Benasque rebota el mismo lamento. «Conozco a gente que se está pensando en irse. La temporada está perdida», afirma Roxana Mates, dependienta de Vits. Venden souvenirs a turistas ahora invisibles y ropa de invierno. «He vendido una chaqueta en todo el invierno», enumera.

Un rótulo de luces informa que All Radical está abierto. Sus dueños, Nacho Segorbe y Narcis Vila, están tirando con el alquiler de esquís de travesía. Tenían una plantilla de 16 guías. Ahora están solos. «Todo el mundo habla del tema económico, pero no del ambiente, la tristeza, que hay gente que está mal. Al vivir del turismo hay familias que no trabajan desde agosto», indica Nacho Segorbe.

Explican que han pedido todo tipo de ayudas y que ninguna han recibido mientras leen que en «el sector en Alemania o Francia va a recibir el 70% de lo facturado el año anterior». Ellos han bajado un 90%. «Pienso que si en la estación no estuvieran cubiertos con un erte tendrían que abrir. Pero encima les estamos pagando nosotros con impuestos. Si sólo habilitaran dos telesillas nos salvarían a todos», asevera Nacho Segorbe mosqueado.

El pesimismo no sólo alcanza a los pequeños empresarios del sector. Es un castillo de naipes, una cadena que retumba por el valle. Bien lo sabe María José Barrabés. Abrió su papelería justo el pasado 4 de diciembre. «Confiaba en que nos dieran un poco de suelta, al menos en Aragón. Nos pusieron un caramelo en la boca y nos lo quitaron», declara. Además tiene otra tienda de alimentación y una de productos gourmet que ha tenido que cerrar. Mantiene a la mitad de sus empleadas, haciendo ella misma turnos de lunes a sábado.

Ganaderos, distribuidores, panaderos, asesorías... todos dependen de una forma u otra de los turistas. «Es que cuando hay gente es beneficio para todos y se nota en el valle a todos los niveles», dicta Yolanda García. Ella abrió su punto de venta de los patés que elabora con su marido el 26 de diciembre. «Teníamos ya planificada la apertura. Ya llegarán tiempos mejores». Es la única que mantiene algo el optimismo.