"Hace dos años solicité al ayuntamiento una rampa de acceso porque cada vez que aparco me juego la vida. Pero como si nada". Jorge Moreno es un discapacitado físico que necesita de una silla de rueda para desplazarse. El caso concreto que denuncia le ocurre a diario en un aparcamiento de cinco plazas reservadas a minusválidos ubicado en Paseo Echegaray y Caballero, en la trasera de la plaza de La Seo. "No existe un rebaje de acera que permita el acceso a los coches. Así que aprovecho la rampa del garaje de Cáritas", afirma. Sin embargo, recorrer el tramo que lo separa hasta alcanzar su vehículo se convierte en toda una odisea mortal. Verlo para creerlo.

Entre la gran velocidad a la que circulan los coches, que llegan a esquivarle para no atropellarle, y la estrechez con la que Jorge se desplaza, su visión no trae consigo buenos augurios.

"Yo propongo crear una nueva rampa de acceso en la parada del autobús 45, que se encuentra un poco más adelante, justo donde la calzada ya es más ancha y no se corre tanto peligro", concluye.

Este es sólo un ejemplo de las barreras arquitectónicas que impiden a los discapacitados físicos sentirse como el común de los ciudadanos. Ahora, de cara al buen tiempo, Jorge lamenta que sólo dos piscinas municipales, además del Parque Río Ebro, estén adaptadas.