España, al ignorar su propia historia, es terreno abonado para la colonización cultural, literaria e histórica, y para la instalación en su territorio de cualquier tendencia que desprenda un supuesto aroma a modernidad.

Esa fatal relajación de nuestros cánones educativos, sumada a viejos e inexplicables complejos, está dando como resultado una extraña hibridación. Hace años que tanto la apariencia externa como el pensamiento del español medio obedecen a una suma de factores que, en su mayor proporción, proceden de fuera.

Así también --y para dramatizar este artículo-- viene ocurriendo en el terreno de lo criminal, con la moda de los asesinos múltiples.

Tales psicokillers eran hasta hace poco dominio exclusivo de Estados Unidos, donde, en efecto, no transcurría un mes --a veces, ni siquiera una semana-- sin que apareciera un nuevo loco capaz de disparar sobre los clientes de unos grandes almacenes o contra los alumnos de una escuela.

Pronto, la literatura y el cine se hicieron amplio eco de un fenómeno que ha pasado a las sagas negrocriminales nórdicas y a otros países europeos, como Alemania. Poco a poco, también a España.

Casos como el reciente pederasta de Ciudad Lineal han estremecido a la opinión pública y fedatado que también en nuestro país es posible la aparición de fenómenos criminales de esta naturaleza.

El criminólogo Vicente Garrido y la periodista Nieves Abarca tratan con acierto esta creciente realidad en su nueva novela El hombre de la máscara de espejos, recientemente publicada por Ediciones B. Un trhiller realmente imposible de soltar que se adentra en los recovecos de esas mentes trastornadas, capaces de diseñar crímenes pautados, de desafiar a las fuerzas del orden y, lo más terrible, capaces de disfrutar de todo ello como si se tratara simplemente de un juego, en lugar de una macabra y sanguinaria realidad.

Esta ambiciosa novela de Garrido y Abarca se esfuerza --y lo consigue-- por distanciarse de los modelos trillados del serial killer para describir con científica minucia los mecanismos agresores de estas mentes que en la vida real desempeñan en España roles, labores y trabajos como profesores, médicos, profesionales de cualquier ámbito que, en un momento de sus vidas, las desequilibraron hacia la práctica del mal.