Apenas habían pasado unas horas desde que aterrizó en Zaragoza cuando Matías Lescano fue citado para su primer reportaje. Su rostro era el fiel reflejo del cansancio; las bolsas de sus ojos estaban cargadas por las cerca de veinte horas de viaje en avión desde su Córdoba natal, pero lo disimulaba bien con un ilusionante rostro de futuro. «Recuerdo que me quedé embobado bajando por la calle Alfonso, ese instante cuando, de repente, ves el Pilar al fondo. Ahí sentí amor a primera vista», relata El bicho. Han pasado quince años desde aquel momento cuando charló con algunos periodistas de este diario, mientras contemplaba hechizado una ciudad que le marcaría. Cuando sintió esa «electricidad» por primera vez. Ahora ha regresado a su Zaragoza, en un contexto distinto, y todo son ecos del pasado.

Su vínculo con Zaragoza comenzó a formarse desde su niñez de la mano de su tía-abuela. Ella se había mudado a Aragón, por lo que su maleta solía volver cargada de souvenirs típicos de la zona. Entre la multitud de regalos lucían dos camisetas rojillas del CAI Zaragoza, una para Matías y otra para su hermano. Fue un obsequio premonitorio, una ventana hacia un mañana por aquel entonces desconocido. «Yo creo en el destino y ese regalo fue por algo. Parecía que me lo dio como diciendo ‘toma, te vendrá bien’. Esta fue la anécdota que le contaron mis padres a Pepe Arcega cuando cenaban en un restaurante argentino para ficharme». Esa historia cargada de simbolismo terminó por agasajar al director deportivo zaragozano, que trajo a la capital de Aragón a uno de los máximos ídolos del basket zaragozano moderno.

Bandera del CAI

Su adaptación fue rápida, casi instantánea, aunque tenía respeto hacia lo desconocido. En su cabeza solo tenía aquellas palabras de Pepe Arcega sobre la ciudad. «Pensaba que exageraba. ‘Que iba a haber 8.000 personas en el pabellón, una ciudad hermosa, un ambiente bonito…’ Pensaba que quería venderme el panorama. Pero cuando llegué…». Matías tenía miedo a idealizar la ciudad y que su propia fantasía terminase por devorar la realidad. Pero todo pasó muy rápido. En apenas dos partidos ya había encandilado a la hinchada, embriagada por su brega insaciable. «Créanme, no hay sensación más linda que sentirse arropado por los aficionados de tu equipo», dice.

Al pasear por la plaza del Pilar surgen los recuerdos. Matías se empacha de un pasado feliz que cambió su porvenir. «Aquí me pusieron el apodo de El bicho. Fue Sergio Ruiz, de EL PERIÓDICO. Hace quince años me preguntó si me apodaban de alguna forma y dije que un técnico de Argentina me llamaba bicho. Él lo publicó y así se quedó», relata Matías.

El ascenso a la ACB frente al Hospitalet es otro momento todavía latente. «El mejor episodio de mi carrera», matiza. «Recuerdo todas las personas que había en la plaza de España. Zaragoza es una ciudad que vive el baloncesto de una forma especial». También hay espacio para los recuerdos más amargos, como el quinto partido ante el Murcia en el Príncipe Felipe. «No ascender aquel día fue lo peor que he vivido en una cancha. Qué desilusión. Estuve varios días de luto en mi casa, sin querer saber nada del mundo. Pero estos sucesos te hacen valorar mejor los buenos momentos», explica Matías Lescano.

El escolta, de 38 años, ha cambiado poco. Quizás lo más destacado sea que ya no porta ese profundo pelo negro y algo alborotado. Ahora luce alguna cana que otra, «aunque todavía me reconoce la gente. El otro día vi que un chico se asomaba, me miraba. Entonces vino mi mujer y me dijo: ‘Ese de ahí te reconoció, pero con tantas canas no sabía si eras tú’». La gente no olvida su rostro, ni ese nombre que todavía reverbera entre las paredes del Príncipe Felipe. Todavía hay gente que porta su camiseta con el emblemático ‘4’ a su espalda. «Si soy sincero, más de la mitad de mi corazón es maño».

Desde hace varios años su vida estaba en Argentina. Pero una simple conversación de coche terminó por conducir el timón hacia la ciudad donde empezó todo. «Se lo propuse a mi mujer durante un viaje y la decisión se tomó en un momento. Mi hijo se volvió loco de alegría cuando se enteró que nos íbamos para acá», explica.

Volvió por segunda vez para quedarse. En esta ocasión con su mujer, a la que conoció en Zaragoza, y su familia. «Aquí ha nacido lo mejor que tengo. El club con el que más me he identificado es el CAI. Sería lindo si algún día pudiese volver a formar parte del club», explica el mítico jugador. Sus planes de futuro, por el momento, no son otros que asentarse y disfrutar de todo lo cosechado. «Jamás hubiera imaginado todo lo que vendría después, cuando vestía la camiseta del CAI. Hace un tiempo le hice una foto a mi hijo con esa misma camiseta. Es preciosa», relata Matías Lescano. Un nombre que provoca un eco especial, a leyenda del basket zaragozano. «Firmé por un año, pero realmente lo hice para siempre», concluye el ídolo de muchos zaragozanos.