No es raro advertir que fue en América donde el primer equipo de investigadores anunció haber conseguido introducir en el genoma de una planta de tabaco un gen bacteriano que le daba cierta resistencia a un antibiótico, a la kanamicina. Fue en 1983, y así nacía la primera planta modificada genéticamente, el primer transgénico. Este pequeño gran paso supondría una serie de avances en la agricultura que llegarían a Europa y a España más de diez años después.

A finales de la década de los 90, en 1998, estos organismos modificados genéticamente (OMG) se implantaron en España, a través de la introducción de cultivos de maíz transgénico. No es el único cultivo aprobado para ser transgénico, ya que aunque en España es prácticamente el maíz, la Unión Europea ha dado el visto bueno a una decena de organismos modificados para su cultivo, entre ellos siete claveles alterados con motivos ornamentales, una patata con fines industriales y dos maíces con fines alimenticios. Además, Europa autoriza la importación de colza, maíz y soja transgénica; siendo este último el más cultivado de mundo, y todos ellos están aprobados para su consumo humano. También permite la importación de algodón para la fabricación de billetes o de ropa.

Solo uno de los dos maíces autorizados se cultiva en Europa y se hace básicamente por un motivo fundamental: combatir la plaga de gusano del taladro, un insecto muy común en Europa y concretamente en España. En Aragón, el valle del Ebro se considera una zona endémica, en la que se esta plaga se da de forma crónica, y los agricultores se enfrentaban en los 90 a los efectos de este insecto en sus cosechas, mermadas constantemente por sus ataques y obligados a realizar un alto gasto en insecticidas u otros métodos poco efectivos para intentar mantener la producción. Cultivar maíz transgénico fue su salvación. «El maíz está modificado de tal manera que se le ha introducido un gen de una bacteria que hace que produzca una proteína insecticida tóxica para las larvas del taladro. Cuando la larva del insecto consume cualquier parte de la planta, se muere y no progresa la plaga», explica Agustín Ariño, experto en transgénicos y miembro del grupo de análisis y evaluación de la seguridad alimentaria del Instituto Agroalimentario de Aragón (IA2).

Tanto la superficie total cultivada de este cereal en la comunidad, como la superficie estimada de siembra con maíz transgénico, han experimentado fluctuaciones en las últimas década. Sin una tendencia de crecimiento o decrecimiento constante, las cifras reflejan un importante crecimiento a partir del 2004. En 1998 11.800 las hectáreas de maíz OMG y en el 2003 se mantenían en cifras similares. En el 2004, la cifra registrada fue de 25.000 hectáreas. Este aumento responde, entre otras cuestiones, a la entrada en vigor en septiembre del 2003 del Protocolo de Cartagena sobre seguridad de la biotecnología, que tenía como objeto garantizar que el movimiento transfronterizo de Organismos Vivos Modificados resultantes de la biotecnología moderna se haga en condiciones seguras para la conservación de la biodiversidad y la salud humana. En el 2012 la cifra triplicaba la de 1998. En el 2019, Aragón acumulaba casi el 40% de la superficie total de maíz transgénico de España con más de 42.000 hectáreas y, junto a Cataluña tienen casi el 74% del total nacional; ya que junto a Andalucía, Castilla La Mancha, Extremadura y Navarra, son las comunidades donde la plaga tiene mayor incidencia.

Aunque las cifras puedan parecer enormes, no lo son si se dimensionan globalmente. Según datos de Greenpeace, solo el 3% de la superficie agraria mundial está cultivada con semillas transgénicas (en general, no solo de maíz) y, además, 17 países han prohibido el cultivo de estos organismos en la Unión Europea. Otros cultivos como la soja o el algodón están mucho más extendidos en países como Estados Unidos, y Argentina y Canadá son grandes productores de vegetales transgénicos después de EEUU. Algunas otras semillas o vegetales como el arroz, la calabaza o la papaya se encuentran en estadios más experimentales. El tomate resistente al ablandamiento, a diferencia de la creencia popular, ha dejado de cultivarse prácticamente por falta de interés comercial.

IMPORTANCIA DEL ETIQUETADO

El uso del maíz transgénico es en su mayoría para alimentación animal, es decir, para producción de piensos, pero también se destina a usos industriales o biomédicos. Los productos que no están destinados a alimentación no deben indicar la presencia de transgénicos en sus etiquetas. Esto sucede en muchos productos industriales, como detergentes; o biomédicos y farmacéuticos como la insulina inyectable, anticoagulantes, la vacuna de la hepatititis B, o incluso el líquido de lentillas.

En cambio, los productos alimentarios sí deben estar etiquetados, (si suponen más del 0,9% del producto) en el caso de los piensos o aquellos destinados al consumo humano. «Lo que marca la normativa es que hay que comunicar la trazabilidad de ese maíz, primero decirle al Gobierno de Aragón que vas a utilizar semillas modificadas genéticamente, luego notificar al secadero que ese maíz es transgénico, con el número de trazabilidad; después cuando ese secadero lo lleva a una industria o lo procesa tiene que informar de esa circunstancia. De manera, que si va para alimentación animal, el pienso debe ir etiquetado como OMG; si va para alimentación humana, que sería legal también, habría que etiquetarlo convenientemente», detalla el investigador Ariño.

Estos organismos generaron una gran controversia desde su descubrimiento porque el movimiento ecologista insistió en la gran cantidad de problemas asociados a la liberación de cultivos transgénicos al medio ambiente y de la confrontación que existe entre los OMG y la agricultura ecológica, objetivo por el que trabajan desde sus plataformas. «Pese a que el cultivo de transgénicos está autorizado desde 1998 en la UE, sólo en cuatro países se cultiva este maíz, como son España, República Checa, Portugal y Eslovaquia, y solo aquí a una escala importante. Incluso el principal productor europeo de maíz, Francia, ha prohibido su cultivo», explican desde Greenpeace.

Los investigadores en cambio encuentran unanimidad. «Siempre hay quien piensa, pese al consenso científico, que los transgénicos dañan la salud de los animales y de las personas, además del medioambiente. La posición de consenso científico es que los productos autorizados han pasado una evaluación de riesgos y se consideran tan seguros como los convencionales. Se ha generado un rechazo en general por miedo a que puedan suponer un riesgo», argumenta Ariño, que en referencia a la situación en Europa añade: «En la UE son bastante menos los OMG autorizados porque los procesos son muy costosos y se prefiere importarlos, pero hay muchos más en el mundo que han pasado las evaluaciones».