-¿Cuál es su primer recuerdo ligado al fútbol?

-De pequeño, la ilusión que me hizo que los Reyes Magos me regalaran un traje del Real Zaragoza. Tengo alguna foto de crío. Lo estrené en Nuez de Ebro, de donde viene toda mi familia. Y luego en el colegio, en Cristo Rey, que estuve interno seis años y, aparte de estudiar mucho, en los recreos no hacíamos otra cosa que jugar al fútbol.

-¿Le llevaban a La Romareda?

-Alguna vez estuve, sí, con mi tío Luis, que ha sido socio toda la vida. Recuerdo un partido contra el Athletic, que jugaba Iribar, con Los Magníficos. Tendría ocho o diez años. Recuerdo La Romareda, el ambiente que había.

-¿Un niño de entonces soñaba con jugar en el Real Zaragoza?

-Sí, la cabeza siempre te lleva a eso. La ilusión era llegar al Zaragoza, son pensamientos que tienes pero realmente el día a día es diferente. Al final eres un niño y lo que deseas es pasar el rato, jugar, divertirte. Cuando ya estás más formado lo ves más claro. Pero sí, mi pensamiento siempre había sido llegar al Zaragoza.

-¿Tenía algún ídolo?

-Violeta siempre ha sido un poco en el que me fijaba. El León de Torrero, para los que somos de Zaragoza, ha sido siempre la referencia. Y después tuve la gran suerte de ser el que le sustituyó en el partido homenaje que le hicieron. Fue contra el Athletic de Bilbao en 1978, con Txetxu Rojo, Alexanko, Dani…

-¿Cómo llegó al club?

-Estuve jugando en el colegio en categorías inferiores. Ya de juvenil pues me vieron, supongo que sería entre Paco Cubero y Arturo Casamayor, y me ficharon. Entré con 15 años. Estuve primero en el B con Jorge Font, que estuvo varios años en el club y entrenaba al A y al B, y al año siguiente pasé al A. Estuvimos un año en la máxima categoría que había entonces y jugábamos el Campeonato de España. Después ya pasé al filial con Manolo Villanova. Con 17 años, el último de juveniles, ya subí al Aragón, jugué toda la temporada.

-¿Y al primer equipo?

-Debuté en el 78, cuando vino Boskov. Estuve dos años antes, cuando el equipo bajó con Lucien Muller, entrenando con el primer equipo. Esa pretemporada la hice con ellos, incluso fui a algún partido amistoso en Castellón. Cuando comenzó la temporada regresé al Aragón. Era la campaña que estaban Arrúa y Jordao. A ver quién tiraba el penalti. El que cogía el balón antes, ese lanzaba. Pero era muy joven y no tenía mucho sentido. Aunque ahora veamos a jugadores de 17 años que entran y juegan, en aquella época era imposible. Según los cánones del momento hasta que no tenías 22 o 23 años no estabas para jugar.

-¿Cómo recuerda los partidillos de los jueves?

-Nos metían unas goleadas… Yo era el líbero y una vez rebasado mi central me venían de cara Lobo Diarte, Arrúa, Rubial, Planas... les tengo mucho afecto. Eran unas personas estupendas. Al final éramos el spárring y cada uno hacía su papel. En principio jugaban contra el Aragón pero tenía un equipo, con Perico Lasheras, con jugadores más veteranos que no se amilanaban ante los mayores. Entonces Carriega llegó un momento que decidió jugar contra el juvenil en lugar de con el Aragón. Era bonito porque te enfrentabas a tus ídolos y por el ambiente que había. Además fue la época en la que vino José Luis Torrado, el Brujo, como preparador físico. Toda la evolución que vino después con la subida de bastantes jugadores de la cantera tuvo que ver también con esa planificación que se hizo con José Luis Torrado y Manolo Villanova. Nos preparamos para unas necesidades que venían ya en el fútbol. El físico era un elemento importante para poder superar al adversario. La evolución ha ido en ese sentido.

-¿Qué se encontró en el primer equipo?

-Antes de llegar al primer equipo creía que el año que el Zaragoza bajó a Segunda era el momento idóneo para llegar. Además había ido con Chus Pereda al primer Mundial que hubo sub-19 en el 77, en Túnez. Al haber estado en ese Mundial pensé que era la oportunidad pero el Zaragoza fichó a un entrenador muy conservador, Arsenio, y a gente más veterana, que tenía mucho recorrido. Y tuve que jugar otro año en el Aragón.

-Entonces subió cuando el Zaragoza volvió a Primera.

-Eso es, el Zaragoza ascendió unas jornadas antes de terminar la Liga y me acuerdo de un abucheo bastante fuerte porque estábamos acostumbrados a otras cosas con los Zaraguayos, Los Magníficos… No se jugó muy bien pero se ascendió, que era lo que se buscaba. Vino un entrenador nuevo, ilusionante, una persona de mucho prestigio como Boskov, ayudado por Manolo Villanova. Tenía mucha personalidad, un carácter muy fuerte. Pero transmitía mucha confianza y para la gente joven eso es importante. Veías que se dejaba aconsejar por Manolo. Al final estás en un país que no conoces y Manolo tenía una gran experiencia. Fue un año bastante bueno pero tuve que hacer la mili. Había que cumplir con la patria.

-¿Cómo le afectó la mili?

-Gracias a un subteniente que, de motu propio, me ayudó, estuve como cartero. La puñeta era que una semana estaba en el cuartel y, otra semana, en casa. Entonces una semana podía entrenar con el primer equipo y otra no y, al no poder entrenar, Boskov me decía, si no te veo no te puedo poner. Y en el momento que dejé el cuartel ya jugué todos los partidos con Boskov. Además, ficharon a un jugador de la categoría de Radomir Antic. Tenía gran calidad y podía jugar en cualquier puesto. La verdad es que era un lujo jugar y entrenar con él.

-Se fue Boskov y se hizo cargo Malono Villanova.

-Boskov solo estuvo un año, se marchó al Madrid. Entró Manolo y nos conocía perfectamente y sabía lo que podíamos dar de sí. Siempre creyó en mí, me dio todo su apoyo y confianza. Fueron dos temporadas que, particularmente, las recuerdo muy bonitas también. El Zaragoza no tenía un objetivo claro, digamos, era un equipo joven, que se había rejuvenecido, en formación, no tenía nada que ver con lo que había sucedido en la década anterior. Creo recordar que fue un poco cuando vino Juan Señor, Valdano, Badiola, que el pobre mozo no lo pudimos ver por las circunstancias. El poco tiempo que estuvimos con él pudimos comprobar que tenía una calidad… Yo nunca he visto darle al balón con la pierna contraria por la banda contraria, es decir, ir por la banda izquierda y centrar con la derecha en carrera. No sé cómo tenía los dedos de los pies, le decíamos, tienes un muñón ahí, porque la ponía con el efecto contrario y era increíble.

-¿Alguno más le sorprendió?

-Lo que más recuerdo es a los más veteranos, en la época en la que yo era juvenil, porque digamos que te impacta más lo que te dicen, los ves como gente superior. Recuerdo a José Luis (Violeta) que te daba consejos, me acuerdo que me regaló unas botas una vez. Usadas... (risas). Como fue el referente siempre lo tuve ahí y después a nivel de jugadores pues Arrúa, el año que estuve él ya veía que terminaba, pero ha sido un rematador excelso. Javier Planas, Ángel Royo... son gente que nos han ayudado mucho, que siempre han estado un poco ahí detrás.

-Había mucho canterano.

-Al final un equipo se construye así, dando confianza a los jugadores que tienes. Lo digo también por lo que está pasando ahora en el Zaragoza. A los chavales, ahora que vienen de abajo Guti, Soro que está sensacional, con una clase extraordinaria, dándoles minutos se van a asentar y se ve que son jugadores con una calidad extraordinaria. Como Clemente, un chaval muy rápido que necesita simplemente minutos. Luego viene también Francés, que está ya en la selección, pues tiene que jugar. Si nos damos cuenta, la base del equipo son la gente de casa. Eguaras es un gran jugador, Suárez es el instinto asesino, un jugador imprescindible, pero luego por qué no poner a los de casa. Si ya están jugando y son los que están dando la cara. No digo que tengan que ser todos de casa pero con confianza podemos tener un buen equipo.

-Después se fue al Salamanca.

-El último año en el Zaragoza prácticamente no jugué nada. Beenhakker me dijo en pretemporada que iba a ser el lateral izquierdo titular. Me puso en un partido contra el Valencia, en la segunda parte salí a sustituir a un compañero, ganamos y ya no volvía a jugar ninguno más. Me engañó como a un niño. Para una parte de la plantilla fue muy desagradable entrenar por separado, a horas diferentes de los compañeros. Creó mal ambiente, dividió a la plantilla, nos enfrentó también porque aprovechó para ponernos en los partidos de Copa y después incluso nos apuntilló diciendo que con razón no jugábamos. Fue muy miserable. No era una persona con mano izquierda. Era un equipo de primer nivel pero al final no ganó ningún título. Al ver que, con 24 años, no tenía oportunidad, me fui a Salamanca. Estuvimos dos años en Primera, el segundo descendimos y, al bajar, el Salamanca quería liberarse de fichas y jugadores, aunque no cobrábamos mucho.

-Y optó por el Mallorca.

-Tuve la oportunidad de fichar por el Mallorca, que estaba Manolo Villanova. Estuve un año. Fiché por dos pero estuve uno. El segundo digamos que me querían rescindir el contrato pero ni me avisaron. Hubo un intento de largarme del equipo gratis. No me avisaron siquiera para la pretemporada y vi que no llevaban idea de admitirme en la plantilla. Tuve que denunciarlos, con lo que estuve un año sin poder jugar porque estaba pendiente de la sentencia. Y al estar un año sin jugar la verdad es que las puertas se te cierran. Aunque estuve entrenando aquí con el Zaragoza, con Luis Costa, que me permitieron estar con ellos para seguir en forma y se lo agradezco enormemente.

-Entonces volvió a Aragón.

-Estuve con el Binéfar tres años en Segunda B. La verdad es que me sirvieron para darme cuenta realmente de dónde estaba, de que el fútbol se estaba acabando y había que mirar otras oportunidades. Más pronto de lo que esperaba pero el fútbol profesional se terminó para mí. No era profesional pero seguí disfrutando de mi afición y buscándome un poco el futuro profesional.

-¿Ha seguido ligado al fútbol?

-Dejé de jugar y no quería saber nada del fútbol. Me saqué el título de entrenador regional, el nivel 2, me falta el de categoría profesional. Pero ni me lo planteé. No me llamaba. Cuando empecé ya a organizarme mi vida profesional los fines de semana tocaba estar con la familia, con mi mujer y los niños que eran pequeños. Nos viciamos con el tema del esquí y con mis hijos subíamos todos los fines de semana. Cuando mi hijo cumplió ocho o nueve añicos y quería jugar, así que nos teníamos que quedar para llevarle a los partidos. Y entonces sí me iba a jugar con los veteranos. Sería a finales de los noventa. Se hizo un grupo muy majo, muy buenos amigos, y lo hemos pasado bien. Lo que pasa es que llega un momento que la edad no perdona. Llevo ya dos años que no juego. Voy con ellos, almorzamos, los echo de menos, pero jugar al fútbol es muy exigente.