Un gol de falta mantuvo a flote al Madrid ante el Numancia, un recién ascendido. Lo marcó Beckham, y fue lo único serio que hizo un equipo tan roto como al final de la temporada pasada. Los blancos acabaron atosigados por un rival destinado a sufrir para mantener la categoría, abroncados por su afición y con Camacho pateando el banquillo como única forma de dar salida a su frustración.

Por unas cosas o por otras, la vuelta de la Liga al Bernabéu dejó una sucesión de datos inquietantes. El equipo madridista estuvo tan atascado como hace cinco meses y pasó un calvario para superar al Numancia. La incorporación de los centrales fichados a golpe de euro puede arreglar determinadas cuestiones en la defensa, pero de ahí hacia delante todo apunta a que el Madrid continuará con problemas de circulación en cuanto cualquier rival aguerrido le apriete en serio. Y no parece que sea cuestión de mentalidad, como decía Camacho en la víspera.

Zidane salió enchufado, lo mismo que Figo y Ronaldo. Raúl lo hace siempre, pero en sus actuales circunstancias la inmensa mayoría de sus acciones no son más que salvas inofensivas. Anoche, su infructuosa entrega movió a la compasión antes que a la bronca. Tras una carrera de 50 metros para realizar un desdoblamiento a Ronaldo, recibió en el área y cuando iba a encarar al Núñez se tropezó y rodó por los suelos.

Las muestras de ánimo se tornaron en un murmullo desaprobatorio cuando el capitán blanco falló lamentablemente en boca de gol tras una gran jugada de Figo. Faltaban 22 minutos y fue lo que acabó de decidir a Camacho a sentar a Raúl. En su lugar salió Owen, recibido con mucho calor pues en esos momentos, con el Numancia decidido a sacar tajada, los aficionados veían en él la única esperanza de reacción. No hubo manera. El Madrid acabó entre pitos, atosigado por un contrario crecido que buscó a Casillas sin ningún complejo.