Rafa Mir es un fenómeno y está siendo un fenómeno. Su irrupción de doblete en doblete en la lista de mejores goleadores de LaLiga ha puesto al delantero en el mapa. Su nombre ha saltado al radar de la actualidad al mismo ritmo que su acierto es responsable principal de la resurrección del Huesca. 23 años, en racha, español, ‘baratito’, es lógico que las informaciones señalen el interés de históricos como el Atlético, el Betis o el Sevilla pensando en sus cualidades para su futuro o se hable de la posibilidad de que se una a Oyarzábal, Unai Simon o Dani Olmo, sus compañeros campeones de Europa con la U21, en una convocatoria de la absoluta.

Realmente poco ha cambiado en la vida de Rafa Mir Vicente, este niño de Javalí Nuevo (Murcia) cuyo juguete era el gol. Como en esa final del campeonato de España de fútbol sala con ElPozo. Se enfrentaban al Oviedo y ganaron 8-5. Él marcó ese día siete de los 130 que hizo ese curso. O luego como alevín y en once contra once, en el Ranero, cuando, dicen, agujereó 141 veces las redes en dos temporadas. O los 32 con el Barcelona siendo infantil, aunque le pesaba la lejanía de la casa, como le pasó en Inglaterra cuando fichó por el Wolverhampton. O los 45 convertidos de vuelta en Murcia como cadete B o los 40 con el cadete A del Valencia entrenado por Rubén Baraja. Los 16 en 18 partidos con el Mestalla antes de romper su contrato tentado por el Real Madrid y dirigido por su representante, Jorge Mendes, vetado por ello sin jugar en Primera (había debutado dos años antes en Champions con 18 ante el Zenit) y salir a una Inglaterra en la que dice nunca se terminó de aclimatar. Por eso, por añorar el sol, salió cedido a Las Palmas (7), sonó incluso para el Zaragoza y vuelve a ser feliz en Huesca.

Como Mbappé

Nunca ha dejado de marcar. De celebrar. Ahora colocándose los cuernos de diablo por su amigo Albert, al que llama con cariño ‘el niño del demonio’, al que le manda fuerzas tras sufrir un accidente. Así lleva 24 desde que llegó a Aragón, nueve llaves del ascenso.

Hay datos que hacen entendible el revuelo. Cuenta nueve goles en el 2021, los mismos que Mbappé. Convierte el 13,63% de sus lanzamientos. Ha realizado 77 disparos y 35 entre los tres palos. De cabeza, con la pierna diestra, de penalti, en el área chica o después de una cabalgada del demonio para sus marcadores. Porque pese a sus 1,91 de altura esa aceleración es uno de sus fuertes. En el gol contra el Celta se le cazó a una velocidad de 34 kms/h. Al trote.

Pacheta entendió pronto ese poder y le dio espacios y una confianza plena que no era sólida con Míchel. Su gesto reprobatorio tras ser sustituido en Granada le llevó unas jornadas en el banquillo, un descanso lógico por el desplante pero que parece una temeridad en su dimensión actual.

Mir es hijo del gol y del fútbol. Su padre es Magín, central que apenas tuvo recorrido en Primera entre su natal Mallorca y el Albacete. Su periplo por Segunda B le llevó al Murcia y al Cartagena, donde conoció a Cristina, la madre de Rafa. Ahora la familia reside en Palma, donde David, el pequeño, despunta como futbolista y donde el mayor guarda su deseo de verano: montar a lomos de su caballo. O se junta con su primo Nicolau Mir en una isla o en otra. En Baleares o Japón. Como el pasado verano no pudo ser en Tokio. ¡En los Juegos! Porque Nicolau es gimnasta del equipo nacional.

Este demonio seguirá cabalgando por la llanura del Alcoraz hasta junio. Luego nadie sabe. El escaparate en el que le han puesto sus goles puede ser un buen negocio. El Huesca podría adquirirlo en propiedad pagando una clausula de diez millones de euros, cantidad, incluso en tiempos de pandemia, escuálida para la cotización de un buen goleador de élite europeo. Y Rafa ahora lo es.