Alejandro Valverde no se afeita por las mañanas, en un Tour donde florecen las barbas de los ciclistas que contrastan con las piernas depiladas de los corredores. Quizá busca dar cierto miedo con un rostro de soldado salido de las trincheras, las que, afortunadamente, solo son un recuerdo como las miles de cruces, cementerios por donde ayer transitó la grande boucle, homenaje a los centenares de miles de muertos en la batalla de Verdún, 100 años después de la Primera Guerra Mundial.

Alberto Contador trata de no perder nunca la compostura en las etapas llanas, que detesta. Siempre entre las primeras 20 posiciones y si aparece una cuesta, como ayer a apenas cinco kilómetros de Nancy, allí, en cabeza, se sitúa el madrileño para demostrar quién manda cuando se empina la carretera, como pasará hoy en Gérardmer, los Vosgos, primera llegada en alto, primera oportunidad, primer asalto, apenas 1.800 metros, pero "duros, duros de verdad, como a mí me gustan", palabra, en este caso, de Valverde, tras recuperar ayer la sonrisa tras verse salvado en el autocar del Movistar.

Fue otro día de caídas, de sustos, de sobresaltos, otra jornada en la que no se ha podido perder ni la serenidad ni la concentración porque al mínimo descuido se podía dar de bruces, tal como le sucedió a Tejay Van Garderen, la estrella del BMC, tercero en la Volta, o a Andrew Talansky, el vencedor del Dauphiné.

Contador y Valverde, dos hombres y un destino, llegan hoy a su territorio. En menos de dos kilómetros será difícil calibrar al ciento por ciento el estado de Vincenzo Nibali, el líder. Y ayer, mientras tanto, todos contemplaron desde la primera línea la victoria en la fotofinis del italiano Matteo Trentin.