El fútbol argentino es una serie interminable de situaciones que provocan espanto. Esta vez, la crónica negra se escribió en el descanso del partido entre Talleres y Belgrano, los dos equipos más importantes de Córdoba, ubicada unos 600 kilómetros al norte de Buenos Aires. La esperada vuelta del clásico de la segunda provincia del país tras 15 años quedó manchada por la muerte inexplicable de un joven de 22 años, Emanuel Balbo, quien fue arrojado desde la tribuna ocupada por Belgrano por los hinchas del mismo club. Balbo falleció por las heridas que le causaron los golpes y la posterior caída desde tres metros de altura.

«Traumatismo general», dictaminaron los médicos que intentaron salvarlo. La policía detuvo a cuatro personas y busca al principal instigador del crimen: Óscar Gómez, el Sapito. A los fracasos deportivos (peligra la participación en el Mundial) e institucionales, el deporte más popular de Argentina le añade cada año su propio ciclo de desgracias luctuosas.

Lo que ocurrió en el estadio que lleva el nombre de Mario Alberto Kempes, el héroe del Mundial 1978, estaba de alguna manera escrito en las páginas de la violencia e impunidad de la provincia. Gómez ya cargaba sobre su espalda indulgente el peso de la muerte del hermano de Balbo. Mauricio Balbo falleció cuatro años atrás durante una picada, como se conocen las carreras ilegales de automóviles. Emanuel sabía que Gómez había tenido mucho que ver con aquella muerte. Cuando lo reconoció en la tribuna del estadio que se le asignó a Belgrano, no pudo contener su ira y fue a buscarlo.

Balbo y el Sapito tuvieron un cruce de palabras. Todo pudo quedar ahí. Pero no. Gómez dijo que Balbo era un simpatizante de Talleres. Y por eso fue perseguido, acorralado y luego arrojado al vacío. La fiscalía lo calificó de «tentativa de homicidio agravado por la Ley de Seguridad de Eventos Deportivos». Los responsables pueden ser castigados con penas de hasta 34 años de cárcel.

«Murió el fútbol», tituló el diario Olé, pero esa sentencia es, a estas alturas, redundante. A lo largo del siglo XX fallecieron decenas de personas en los estadios o sus inmediaciones por grescas entre hinchadas o por la acción policial. Ir a la cancha se convirtió en un problema y un peligro. Antes de que se conociera la muerte de Balbo, ya habían fallecido desde principio de este año otras dos personas. Maximiliano Exequiel Lucero fue asesinado de dos balazos. Integraba un de los grupos que pelea por el control de la tribuna de San Martín, en la provincia de Mendoza. Leonardo Fabián Yanis murió atropellado cuando se trasladaba con gente del Lanús para presenciar el partido contra River. Los choques entre barras bravas cegaron su vida. Entonces, se dijo que eso no debería volver a suceder.