Víctor Muñoz está intentando, y logrando en muchos casos, que el astillado ajedrez de la burocracia zaragocista contenga piezas profesionales. Su esfuerzo, titánico, choca sin embargo con peones de madera rancia que, como tancredos, obstaculizan el avance hacia la tecnificación que merece este club en todos los campos. Uno de los personajes vitalicios y mortificantes que frenan esa evolución es el caso del doctor Villanueva, presa de ese constante estado de alerta dubitativa, huidizo con la más primaria de las informaciones que se le solicitan sobre el estado de un jugador. El lunes, Villanueva se soltó la melena y, locuaz, dijo que esperaba que la sangre acumulada en la rodilla de Láinez desapareciera por sí sola, y el portero, a las pocas horas, estaba siendo intervenido en el quirófano. Sería mucho mejor que callara para siempre y ocupara esa casilla blanca de naftalina del pasado, entre el humo del pitillo con el que da ejemplo.* Periodista