Egan Bernal se convirtió ayer en el ciclista más joven después de la Segunda Guerra Mundial en ganar el Tour. Lo hizo con solo 22 años. Más joven que cuando triunfaron Felice Gimondi en 1965 y Jan Ullrich en 1997. Ha sido, además, el primer corredor colombiano que se anota la victoria en lw principal ronda ciclista por etapas. Ha sido muchas cosas, también el abanderado de lo que ya parece, a su estela, que será una nueva época larga y duradera. Pero sería injusto no reconocer que Bernal conquistó el Tour de Julian Alaphilippe, el corredor francés que, injustamente, no estuvo ayer entre los tres mejores de la carrera para ganarse el clamor popular.

Bernal ganó el Tour de Alaphilippe tras cruzar la meta de París en una etapa final con triunfo de Caleb Ewan. «Un Tour que ha resultado diferente gracias a la lucha y entrega de Alaphilippe», tal como reconoció Geraint Thomas, el campeón saliente. Y ha sido el Tour que comenzó abierto y con dudas porque, tal como dijo en Bruselas Eusebio Unzué, mánager de un extraño Movistar, sin Froome era como un rebaño que salía al prado sin pastor.

En Bruselas, de donde partió la carrera, se daban y citaban muchos nombres, entre ellos el de Bernal, pero nunca figuró el de Alaphilippe. Nunca se pensó que el corredor francés afincado en La Masssana iba a ser el que llevaría más días el jersey amarillo y el que se iba a meter en el bolsillo de su maillot a toda la afición francesa que se llegó a creer, porque lo tuvieron tan y tan cerca, que por fin uno de los suyos volvería a hacer sonar La Marsellesa en los Campos Elíseos.

En Val Thorens, donde Bernal sentenció merecidamente la carrera, se vieron dos imágenes; la de la felicidad, reflejada en un corredor colombiano que recibía palmadas y abrazos de Thomas y los besos de su novia, y otra que rompía el corazón; la del ciclista batido, agotado y entregado hasta que ya no le quedó otro remedio que decir basta.

Bernal ganó el Tour de Alaphilippe demostrando al mundo que tiene un poderío y una clase extraordinarias para ser desde ahora la referencia escaladora del pelotón mundial. «Me recuerda a Alberto Contador», dijo Vincenzo Nibali, vencedor del Tour 2014 y ganador en Val Thorens. «No puedo compararme a ningún ciclista porque todavía no me creo lo que he hecho con solo 22 años», repitió Bernal. Ganó sabedor de que «debo mejorar en la contrarreloj porque si solo dominas la montaña nunca ganarás el Tour» y porque «fallé en la contrarreloj de Pau donde pude despedirme del triunfo final».

Bernal ganó el Tour de Alaphilippe con la sensación de que tanto él como el resto de humanos se quedaron con la insatisfacción de saber qué habría ocurrido realmente en Tignes de no haberse anulado justificadamente la última parte de la etapa. El granizo golpeó no solo el asfalto sino que mojó la historia del Tour al impedir escribir lo que parecía la gesta de Bernal; de las grandes. Nunca se sabrá lo que habría pasado. Lo cierto es que la tempestad alpina lo privó de una victoria, de coronarse en París con la tradición que dicta que el ganador del Tour debe llegar a los Campos Elíseos con al menos una etapa en su poder.

Hacía años que el pueblo francés no disfrutaba tanto del Tour. No solo por Alaphilippe, su nuevo gran ídolo, sino también por Thibaut Pinot, que se fue de la carrera llorando y con su muslo izquierdo roto. Miles de pancartas no solo aclamaron a Alaphilippe, que era lo secundario, le daban las gracias; sí señor, por hacerlos disfrutar, por creer que sí se puede ganar un Tour.