Con solo 15 años descubrió Ana Belén Fernández su pasión por el judo. Entonces, esta zaragozana que ahora tiene 44 y que ha residido siempre en La Cartuja Baja conoció un deporte gracias a Sergio González, ahora su marido, a su hermano Javier y a su primo Jesús Ángel que le ha marcado para siempre. «Me enganchó mucho desde el primer día», exclama con entusiasmo, el mismo que tenía cuando los Juegos de Barcelona asomaban en el horizonte inmediato y el judo iba a ser por primera vez disciplina olímpica. De hecho, hasta participó en una concentración previa como sparring, donde se le abonó por completo la estancia por su dedicación. Ella, en 1992, era campeona de España júnior, lo había sido ya de Aragón, estaba en el equipo nacional y Atlanta hasta podía ser una meta, pero «no me podía dedicar al 100%, estaba la empresa familiar y éramos una familia de autónomos, humilde. Lo que me pude ganar fue por mi esfuerzo», asegura.

De hecho, ganó en categoría sénior el Open Británico en 1994 y, antes de esos Juegos de 1996, «pude marcharme a Alicante, que había un grupo cuando Miriam Blasco quedó campeona olímpica y me dieron la oportunidad de ir a entrenar con ellas pero mi padre estaba enfermo y en mi corazón no iba a estar tranquila. Él siempre me decía que me fuera, pero no lo hice», explica, recordando que, salvo en su primera época, con Ernesto Granell como entrenador en los cuatro primeros años, «fui autodidacta. Mis entrenamientos me los hacía yo».

Ana Belén no abandonó el judo nunca y esa dedicación ha tenido premio. Hace ahora un año y medio comenzó con el reto de las competiciones de veteranos. «Tenía esa espina clavada de no haber podido optar a un Campeonato de Europa al menos», sentencia, antes de añadir que, durante el verano del 2018, «di el paso de la categoría de veteranos, que es la posterior a la sénior y la gente está fuerte físicamente y preparada. Comenzamos con concentraciones en Benasque, después en Santander, las Copas de España en Arganda del Rey...».

Más tarde llegaría el título europeo en Las Palmas en julio y el mundial en Marrakech en octubre. Allí su marido Sergio compitió en M3 -81 kilos y su primo Jesús Angel en M2 -73 kilos, aunque sin llegar tan lejos como ella. «Estos títulos me compensan esa espinita muchísimo. Claro que no es lo mismo, pero también le doy mucho valor, ya que también están las cargas familiares porque tengo tres hijos». Isabela, de cuatro años, da sus primeros pasos en el judo, que sí ha cogido con fuerza Joel, de 9, en tanto que Candela, la mayor, se ha inclinado más por disciplinas artísticas. Además de sus entrenamientos, de tener el título de entrenadora nacional, de poseer el cinturón negro de tercer Dan y de su familia en La Cartuja Baja, ella da clases de gimnasia de mantenimiento para mayores, tanto allí como en el Palacio de los Deportes de Zaragoza, de judo para pequeños en un par de colegios y de otras disciplinas como zumba, pilates… Vamos, que no para.

Su menuda figura y su hiperactividad no esconden de todos modos la fortaleza de una mujer que debería competir en 48 kilos, pero que lo hace en 52, donde logró el título europeo y el mundial. «Me subieron porque en mi peso hay muy poca gente. Los pesados oficiales los hago en 46,3 por los nervios que paso antes de la competición». Ana Belén también ha practicado la lucha sambo, una disciplina dentro de la lucha libre que nació en la Unión Soviética. Ahí, ha sido campeona de España y de Europa en diversas categorías y medallista en los mundiales. «Y hasta coqueteé también con la lucha libre olímpica», indica.

El siguiente reto es a dos años vista, porque la economía para poder afrontarlo es vital. «En el 2021 habrá una Olimpiada veterana en Japón y estoy enfocando el entrenamiento y el ahorro para ir allí, por eso el 2020 será más de preparación, sin asistir a los campeonatos. Esos Juegos veteranos son una gran ilusión», afirma sin que dejen de brillar sus ojos por este deporte, un virus imparable que ha marcado su vida. «Los valores que te enseña el judo en disciplina, esfuerzo y recompensa son enormes. Le debo mucho, por no hablar de la satisfacción de ganar un título mundial. Eso fue algo indescriptible», concluye.