Aragón está viviendo una ola de racismo y violencia contra los árbitros. Desde la agresión a Fahb Abbou por parte de un jugador del Miralbueno en un choque de Primera Regional, hasta seis casos se han dado, tanto con colegiados extranjeros como españoles. El último lamentable episodio sucedió el fin de semana pasado, cuando dos padres de sendos alevines del Atlético Ranillas fueron detenidos por amenazas y delitos de odio contra Mamadou Sow, árbitro del encuentro. EL PERIÓDICO ha reunido a cuatro árbitros de diferentes nacionalidades, senegalés, argelino, marroquí y polaco, para explicar sus vivencias y reflexionar sobre la situación.

Los cuatro colegiados han tenido episodios en los que la violencia o el racismo han sido los protagonistas. Mohammed Abbou, de nacionalidad marroquí y que vino a España con seis años, asegura que ha escuchado comentarios como «vete a tu país» o «moro», pero recalca que «son casos puntuales. No es algo generalizado. En Calatayud --prosigue--, un día que pité al Liga Nacional Juvenil, una persona me dijo ‘vete a tu país’. Paré el partido, hablé con el delegado y le dije que no quería escuchar ningún insulto racista más y que, si oía otro, suspendería el partido», recuerda el hermano del colegiado agredido, de 23 años y con seis temporadas de experiencia. Además, afirma que la gente que se encontraba en el campo recriminó tanto la actitud como el comentario.

David Sikora, polaco de 21 años, como colegiado no ha tenido ningún incidente, pero como linier sí. En El Burgo de Ebro «se volvieron locos contra el árbitro principal y, de camino a vestuarios, estuvimos cerca de ser agredidos», cuenta. Y añade: «Eran chavales jóvenes y el delegado de campo les contuvo un poco».

Y de la violencia se pasa de nuevo al racismo. «Tuve un incidente hace dos temporadas. Hice de linier y, en el primer minuto, se escucharon insultos racistas en mi banda. Me dijeron: ‘Tú, Merouane, como no pites bien, vamos a llamar a inmigración’. Pensaba que eran conocidos, pero no. Se lo comenté en el descanso al árbitro, llamamos al delegado y no se volvieron a escuchar», comenta Merouane Benyagoub, árbitro argelino de 22 años.

Dione Mendy, nacido en Senegal hace 19 años, acaba de empezar en el mundo del arbitraje y lleva tan solo diez partidos. «Lo más fuerte que me han llamado ha sido ‘tonto’», asegura. «Es lo más bonito que te van a decir», le dice David. Y Mohammed le secunda: «Es lo más light».

A todos les ha ocurrido alguna situación tensa, pero los cuatro afirman que son casos aislados y que no se sienten más desprotegidos en los terrenos de juego al ser extranjeros. Además, a todos ellos les une su juventud, su gusto por el arbitraje y su ambición por escalar categorías hasta llegar, ojalá, a Primera División.

En el pasado mes de enero, en toda España fueron agredidos 24 árbitros. ¿Hay más ahora o menos pero con mayor difusión? Mohammed cree que «antes había incluso más agresiones e insultos, pero no estaban los medios informativos en todos los campos y no había Whatsapp ni redes sociales. Ahora llega todo mucho más rápido y a todos los lados. No había tanta repercusión como ahora», reflexiona.

Cuestión de educación

Todos coinciden en que el problema del racismo es un problema a nivel mundial de la sociedad y que, por consiguiente, se extiende también al fútbol. De hecho, los árbitros ponen el foco en los padres, los principales culpables de estas situaciones.

«Creo que es un problema de educación de la sociedad, porque un niño de cinco o seis años no sabe si uno es negro o blanco o que hay que insultar al árbitro cuando se equivoca. Es algo que escucha, bien en casa o en otro lado. Muchas veces es el reflejo de lo que ven en las Ligas profesionales», asegura Mohammed. «El racismo es algo a nivel mundial. En mi país también hay racismo contra los negros, o aquellos que son más blancos», añade.

Merouane cuenta una anécdota que le sucedió. Él, argelino, y Mohammed, marroquí, llegaron a España muy jóvenes, son amigos y se han criado juntos. Más de una vez le han preguntado si se llevaban bien porque son países vecinos y con rivalidad. Por ello, Merouane es «pesimista», porque cree «que el tema del racismo no se va a solucionar».

Dione cambió el equipaje de jugador por el del árbitro y cuenta que su padre iba a verle jugar y nunca se le ocurrió insultar o menospreciar a nadie. «Solo me chillaba a mí para animarme o decirme algo, pero nada más», recalca. De hecho, añade contundente, «si hubiera visto a mi padre insultando a alguien, aunque me acabaran de romper una pierna, me hubiera dado vergüenza. La gente va al fútbol pensando que todo vale y el ejemplo lo cogen de arriba. Esas actitudes sobran en el fútbol».

En el tema de sanciones es donde surgen las primeras diferencias de opinión. Dione acaba de empezar y no ha sufrido episodios graves. Sin embargo, mejor cortar por lo sano antes de la ola de racismo y violencia pueda crecer hasta ser incontrolable. «Creo que habría que ser más duro. Si esto se corta desde el principio no pasaría. Si se corta desde la raíz, desde abajo, cuando lleguen a Primera no pasaría. Para mí, al mínimo insulto habría que parar el partido», afirma.

Por el contrario, David no cree que esa sea la mejor solución «porque siempre va a haber gente así». Según Mohammed, «ya existen sanciones», pero «a una persona que se le identifique por haber proferido insultos en un campo de fútbol se le debería poner una multa más elevada».

Motivos para la esperanza

Afortunadamente, son casos puntuales y, como norma general, aislados los que les han sucedido, aunque los datos y el número de casos a nivel nacional son una muestra clara de que es necesario cortar esta sangría que no beneficia a nadie, ni al mundo del deporte, aunque el fútbol sea el máximo exponente, ni a las propias personas afectadas, que son precisamente eso, personas como otras cualquiera, con sus virtudes y sus defectos.

«Imagínate que el chaval que está pitando es tu hijo, ¿a que no le insultarías? Es más, te jodería que le insultasen otros si estás en el campo. Espero que se pongan en esa situación», asegura David.

De todos modos, una anécdota que le sucedió a Merouane mientras pitaba en Ejea induce a pensar que hay motivos para la esperanza y para que estos casos sean tan puntuales que pasen a ser anecdóticos por completo. El colegiado argelino cuenta que en un partido de benjamines, que son niños de nueve y diez años, los padres no paraban de gritarle e insultarle al no estar de acuerdo con sus decisiones. Esa actitud desde la grada, que luego los hijos imitan sobre el campo, tuvo una respuesta tan inesperada como bienvenida. «Uno de los jugadores me dijo: ‘No les hagas caso, que lo estás haciendo muy bien’. Y eso que iban perdiendo», comenta Merouane. Y David añade que a él le sucedió algo parecido en un encuentro de alevines, que tienen entre once y doce años.

La educación y el respeto son necesarios en la sociedad. Si esas actitudes se trasladan al campo con los compañeros, los adversarios y los árbitros, al final ganaremos todos.