Transcurrido ese periodo de ensoñación en el que un anciano de barba perfecta, simpático y espléndido se cuela por las chimeneas para repartir felicidad, la dicha viene cabalgando desde el lejano Oriente y todos, empezando por el entrenador y los futbolistas, regresamos a la vida normalizada abanderando una buena nueva y decenas de estupendos propósitos, va y aparece la realidad. La tozuda e intransigente realidad del fútbol, que ni una cortina de agua como la de anoche es capaz de esconder.

El Real Zaragoza cerró con un frustrante empate una peligrosísima primera vuelta. Una primera parte de la Liga con unos números lo suficientemente atroces como para cortar cabezas. Hasta ayer la dirección deportiva y, por ende, la Sociedad Anónima habían elegido contemporizar con este asunto y silbar. El retrato de la decadente curva que ha descrito el Real Zaragoza en estos 21 partidos estuvo en la alineación. En un gesto que andará a medias entre la convicción y el populismo por el día y el momento, Natxo González tiró de cuatro futbolistas de la casa. Uno de ellos, Guti, evitó un mal mayor con un gran zapatazo de muslo robusto. Esa siempre feliz situación tiene un reverso fatal: el pésimo rendimiento de la mayoría de los fichajes del verano, muchos de los cuales han perdido el sitio en la carrera con los canteranos.

Ahora mismo, el Zaragoza tiene un serio problema de resultados, aunque al técnico parezca no importarle, de entrenador, de convencimiento y de plantilla, que se ha empequeñecido con el paso de los meses. Solo falta que quien debe verlo, quiera verlo. Y actúe, claro.