Juano, el dueño del Hostal Vidaller de Bielsa, no salía de su asombro cuando vio llegar en la media tarde del pasado lunes dos coches negros del equipo ciclista Sky. De ambos vehículos salieron seis personas, entre las que destacaba una muy llamativa. Era alto, muy flaco y de piel blanquecina. El dueño del negocio, que desde muy niño siguió con avidez las gestas de Perico e Indurain en los puertos del Pirineo francés, enseguida lo reconoció. Era nada menos que Chris Froome, el vigente campeón del Tour de Francia. El británico llegaba a la pequeña localidad altoaragonesa, puerta de entrada al idílico valle de Pineta, tras su gran derrota en el Dauphiné. En la meta enclavada en Courchevel Froome, dolorido de su costado izquierdo tras una caída el día anterior, perdió cuatro minutos frente al que se prevé sea su gran rival en el Tour, el pinteño Alberto Contador.

El objetivo de Froome en Bielsa era múltiple. La prioridad, inspeccionar las etapas del Tour que atravesarán los Pirineos. Por otro lado, el keniano de nacimiento prefería alojarse lejos del ruido mediático del sur de Francia, donde todo el mundo la conoce. En la localidad del Sobrarbe pasó de incógnito. Acompañaban al campeón otros dos ciclistas, su compatriota Geraint Thomas y su lugarteniente, el australiano Richie Porte. Completaban el grupo un mecánico, el mánager del equipo y un masajista. Tras distribuirse en cuatro habitaciones, los seis componentes del Sky decidieron cenar en un restaurante del pueblo una ensalada y carne roja.

Pueblo con encanto

Bielsa es conocida por su carnaval y las excursiones por el valle de Pineta generan su riqueza en el verano. El Hostal Vidaller es una institución dentro de la localidad oscense situada a 900 metros de altitud. Es un negocio familiar que ya tiene medio siglo de vida. Froome reservó por internet el alojamiento un mes antes, pero a Juano le pasó inadvertido el detalle de que el apellido podía ser el del campeón británico. Al dueño del hostal le llamó la atención la simpatía del grupo, sobre todo la del mánager y la del propio Froome, que se defiende bastante bien en la lengua española.

Ayer tocó diana para el grupo muy pronto. A las ocho de la mañana estaban sentados desayunando en el acogedor comedor del hostal. El masajista del equipo les preparó un plato de avena y cereales y el hostal les sirvió fruta, café y leche. Después, contentos y satisfechos dijeron adiós a Bielsa. Los dos coches se adentraron en Francia por el túnel de Bielsa, fronterizo de España con Francia.

El primer día los tres ciclistas iban a inspeccionar la decimoctava etapa del Tour de Francia. Se celebra el 24 de julio, tiene 125 kilómetros y parte de Pau para acabar en cima, en Hautacam. Atraviesa dos mitos como son el Tourmalet y el propio Hautacam, a 1.569 metros de altitud. Es la etapa reina del Tour junto a la anterior, que comienza en Saint Gaudens y acaba el Pla d'Adet tras superar el Portillon, el Peyresourde, Val Louron y la meta en Saint Lary Soulan.

Este año los Pirineos serán decisivos. Será el último macizo que se supere, tres días antes de acabar la carrera en París. Los Alpes, con las llegadas en cima de Chamrousse y Risoul, serán descafeinados y tendrán tanta importancia la cadena de los Vosgos, que será le primer macizo que se afronte.

Froome y sus compañeros calentaron subiendo el Aspin, que no subirá este año el Tour. Tras la bajada llegaron a Saint Marie de Campan, la localidad donde comienza la vertiente este del Tourmalet. Son 17 kilómetros constantes, de dureza progresiva, tan duros con la cara de Baréges. Arranca a 860 metros de altitud y corona a 2.115 metros tras 1.255 de desnivel. Sus tramos más duros al 13% coinciden por su paso por la estación de esquí de la Mongie. Tras un prolongado descenso de 38 kilómetros, les quedará afrontar los once finales hasta Hautacam, un puerto mucho más tendido que el legendario Tourmalet. Y el día siguiente les esperaba a los ciclistas del Sky otra jornada de inspección de los puertos Pirenaicos de la Grande Boucle.