El marcador explica casi todo lo que ocurrió ayer en La Romareda. No basta para definir las sensaciones que ayer se vivieron en La Romareda, pero sobra para interpretar que el Real Zaragoza jugó el mejor partido de la temporada de largo. Le dio un meneo al mejor equipo de la Liga terrenal con un despliegue físico y pasional que supo convertir, además, en el mejor resultado de la temporada. Solo había ganado seis partidos antes del encuentro de ayer, todos ellos con sufrimiento y agonía hasta el último minuto, todos y cada uno con opciones de haberlos perdido, en un extenuante caracruz. Ayer no. Ante el Valencia nació un equipo diferente, al estilo de ese que asomó una tarde ante el Sevilla una temporada atrás, del mismo corte que el que machacó también a los levantinos en una noche tan parecida a la de ayer. Allá nació la ilusión de una permanencia que se concretó unos meses después. Como ayer, ni más ni menos. Hoy, el zaragocismo tiene más fe. Cree en sí mismo, se desgarra gritando su historia. Y aun así, en los momentos de mayor felicidad, no olvida gritar quién es quién. Quién lleva casi ocho decenios defendiendo un escudo, quién sostiene la bandera y quién lo hunde.

Agapito al margen, el encuentro de ayer traslada al Zaragoza a otra dimensión, la de un equipo que no solo ha aprendido a competir sino que, además, es capaz de soltar de vez en cuando una jornada de diversión para los suyos, un partido que genera seguridad, aliento y credulidad. Las cosas cambian. No es lo mismo estar siempre en el filo y llegar a admitir tus limitaciones, tu incapacidad para manejar los partidos, que darle la vuelta al fútbol. Hay que reconocer que Aguirre le ha metido otra marcha a su equipo, con sonrisa pero con dureza. Le da el fútbol para lo que le da, pero ha encontrado un esquema y los jugadores adecuados. Ahora que la máquina funciona, engrasa y van entrando otros capaces de adaptarse a la nueva dimensión.

No quiere decir esto que el Zaragoza esté salvado. Sí que va a ser un mal enemigo para los demás. Ya no es un equipo tibio, ni corto. Al contrario, se ha abierto hueco a machetazos en el duro sendero por la permanencia y ahora es un conjunto que marcha armado hasta los dientes, con las ideas claras además. Sabe quiénes son sus enemigos, conoce sus virtudes, disimula sus defectos y le saca provecho a todo. A las faltas , a los córners, a los robos... Y a su afición, claro. Pero nada es casualidad. El equipo ha crecido, en espíritu, en orden, en fútbol. Lo había demostrado su fortaleza mental en las tres jornadas anteriores. Lo remarcó ayer, la noche en la que entró en una nueva dimensión.