Nunca podía imaginar que este ciclismo moderno, modulado hasta sus entrañas por la férrea disciplina de equipo, pudiera ofrecer un espectáculo como el que se vivió ayer en las rutas alpinas. La etapa, con el Glandon y la Madeleine instalados contra natura al inicio de la misma, se cerraba con una parte final desconocida e impúdicamente dura. Era una etapa de antología, una verdadera etapa reina con tal dureza que escaladores de talla de Simoni o Virenque fueron incapaces de digerirla. Pero si la etapa era grande, los ciclistas no lo fueron menos. Entre los que llevan dorsal hubo uno, Floyd Landis, que interpretó la durísima sinfonía montañera de forma única e irrepetible para quienes todavía creemos en este deporte cada vez más sistematizado y limitado por los intereses de equipo. Landis, a través de un trabajo hercúleo, superó en la abnegada tarea de gregario a Azevedo, Rubiera o Hincapié, marcando un ritmo que pulverizó al pelotón. El discípulo de Armstrong puso en acción un devastador rodillo que durante docenas de kilómetros maniató primero a los enemigos de su señor, hundió luego importantes empresas que se habían gestado por delante y finalmente consiguió que rivales de extraordinaria calidad fueran desprendiéndose de su rueda completamente asfixiados física y anímicamente. Si lo habitual en ciclismo es que el pelotón se desintegre por la contundencia de los ataques, ayer volvimos a recuperar el oficio olvidado del ciclista capaz de matar a sus rivales a base de ritmo de pedalada. El propio Armstrong felicitó a Landis en la cima del último puerto con una vistosa palmadita en la espalda y le dio permiso para atacar cosa que no dudó en hacer. La victoria habría sido un justo premio a su magistral actuación pero Ullrich, que estuvo en su sitio aunque maniatado por el guión, no lo consintió. Armstrong puso lo guinda con un esfuerzo sobrehumano que le llevó a ganar la etapa in extremis . Extraodinario corolario para la etapa más dura de esta edición con el que nos deja clara su superioridad en el presente y posiblemente en el futuro inmediato del Tour. Lance, ¡qué grande eres!