Estaba escrito que Sergio Ramos fuera el protagonista del partido y lo fue de principio a fin. Nuevamente por un gol en las postrimerías del partido, pero esta vez -firmando un guión más inverosímil que cualquiera de los goles con los que el camero ha salvado puntos y ganado títulos-, el Pizjuán celebró el tanto de su antiguo ídolo. El cabezazo en propia puerta del defensa blanco resarció al estadio sevillista de la polémica celebración tras el gol a lo Panenka del jueves. Y el tanto de la victoria, en el minuto noventayramos, garantiza guasa por lo menos hasta la Feria de Abril.

Como si el destino hubiera decidido anoche empezar a equilibrar la balanza de la suerte, el Madrid vio truncada su racha de la manera más impredecible. El autogol de Ramos devolvió al Sevilla la fe en la victoria y en una Liga a la que Sampaoli no renuncia. Hasta entonces, Ramos no parecía haber acusado la presión del Pizjuán. Los Biris, el objetivo de su polémica celebración copera, volvieron a acordarse de su madre en el calentamiento. Los ultras, además, entonaron cánticos en favor de Rakitic y Alves, de quienes Ramos censuró que sean recibidos «como dioses pese a no haber mamado de la casa».

Solo con los insultos (por si la LFP no estaba atenta para una posible sanción, también recibió Tebas y hasta la Cibeles: «Puta Madrid y puta capital») el resto del estadio afeó la conducta de los Biris. Pero tanto al pitar cuando se pronunció el nombre del central como en la pañolada justo antes del inicio, la unanimidad fue absoluta. Por lo menos Ramos ya sabía que no tenía que hacer distinciones entre gradas si marcaba.

Ramos asistía a todo ello sin inmutarse, santiguándose y besándose los tatuajes de sus nudillos como de costumbre. Nunca rehuyó el balón ni se privó de subir al ataque en busca del gol. Pero el destino le tenía guardada una grata sorpresa al Pizjuán.